Prólogo

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2012, Pensilvania.

El cementerio estaba desierto. Las hojas se mecían acompañando el viento frío del invierno cercano. Empezaba a caer la nieve dejando su rastro blanco en las enredaderas de los árboles junto a las tumbas.

Él miraba oculto en las sombras a lo lejos. La chica se arrodillaba en medio de dos tumbas quitando la hierba mala que crecía sin césar. Era la primera vez que observaba a una mujer tan hermosa y cálida en un lugar tan horrible. «Ninguna persona debe pasar por esto», pensó.

La chica se afanaba cada vez más a su labor tratando de limpiar las tumbas enmohecidas de sus familiares antes de que cayera la noche.

Él contemplaba embelesado su cabello largo negro brillar ante el penoso atardecer. Después de pensárselo un buen tiempo, se acercó a paso decidido sin hacer ruido para evitar alarmarla. Ella se volvió inquieta visiblemente asustada. Se detuvo a una distancia razonable para no escandalizarla más mientras buscada el color de sus ojos otra vez. Sabía de sobra que el verde brillaba de más en sus iris, grandes y asustados. Lo estudiaban detenidamente con quizá un remordimiento que él no podía entender. La situación no lo molestaba mas bien lo alentaba. Los cerró por un momento dejando ver sus largas y espesas pestañas. Cuando los abrió con pereza, sonrió.

—¿Por qué le sonríes a un extraño?

—No eres cualquier desconocido. Estuviste en el funeral de... —se le quebró la voz.

—Eso no quita el hecho de que pueda hacerte daño —le reprochó con la  preocupación innata que ella le despertaba.

Ella observó su pelo negro azabache alborotado por el viento. Sus ojos azules pálidos la miraban con escrutinio disimulado. Volvió a cortar malezas sintiéndose de pronto necesitada de amor.

—Si habrías querido hacerme daño, ya lo hubieras hecho.

La miró desde arriba, observando su delgado cuerpo. Parece un ángel con ese vestido blanco.

—No deberías estar aquí —dijo secamente mientras buscaba el sol ocultarse.

—¿Conociste a Jake? —dilo ella sin volverse.

Después de un momento, contestó —Si. Fue muy buena persona. Lamento su partida.

—Yo más.

Se hizo un silencio tenso.

—Deberías dejar que alguien más haga ese trabajo.

Sonrió tímidamente limpiando una lágrima solitaria.

—Si yo no lo hago, ¿quién lo hará? Prefiero hacerlo aunque esté aquí horas, que ver a otra persona que no lo hará con el amor que lo haré yo. Son lo único que tengo.

Las palabras lo martillaron fuerte y cerró los párpados cuando la culpa lo condenó.

—Ya es tarde y así como vas dormirás aquí.

Sólo de pensar en un chica como ella dormida en este lugar se le revolvió el estómago. En cuclillas a su lado, le enseñó como hacerlo.

—Debes sacarla con todo y raíz.

Los dos acabaron con las hierbas malas. Trató de limpiarse su vestido largo blanco de tirantes mientras él la observa encantado —La vida es un infierno, ¿no crees?

Ella no sabía el peso de sus palabras y cuán acertada estaba. Asintió. Se entró las manos en los bolsillos y fue alejándose.

—¿Te volveré a ver? —dijo ella. Sus palabras haciendo eco en el solitario lugar.

Miró por encima de su hombro y sonrió.

—Algún día, princesa.

El infierno de CalebDonde viven las historias. Descúbrelo ahora