ʀᴀᴜ́ʟ .
Los gritos se alzaban entre los edificios de aquella enorme ciudad, notaba mi aliento casi ido a causa del cansancio. Sin embargo, la determinación y la adrenalina que recorría mi cuerpo me impedían dejar de correr. Las personas pasaban a mi lado como proyectiles, empujándose entre sí, intentando huir de aquellas bestias como fuera, aunque aquello significara que otras personas fueran mordidas en su lugar. Sin embargo, yo sabía que no había escapatoria. Ellos estaban en todos los lugares, por todos los lados, dejándonos sin escapatoria alguna. No podíamos huir.
Jadeé en busca de aire. Los rostros de las personas a mi alrededor eran borrosos y de puro terror, luces intensas que me cegaban y lo único que podía ver era sangre. Sangre, sangre y más sangre. Entonces me agarraron del brazo y tiraron de mí. La voz de Xtella gritándome que no me quedara quieto. Que corriera. Una señora me retenía, sujetándome, y la miré, agobiado. No conseguía entender qué decía, me hablaba entre gritos y lágrimas, señalándome el cuerpo inerte de un adolescente que había tirado sobre el asfalto.
Entonces, antes de que pudiera contestarle, su rostro se retorció de dolor. Una chica joven, vestida de uniforme escolar había hundido su cara entre el cuello de la mujer, desgarrándolo con sus dientes. Ella gritaba. La joven gruñía, con aquellos ojos blancos y huecos que me hacían saber que no estaba viva... Aunque su cuerpo continuara moviéndose. Grité, intentando soltarme y alejarme. Sin embargo, la mujer me agarraba con más fuerza, aferrándose a mí como si fuera la última esperanza que le quedaba.
Los gritos, los gruñidos, el sonido de cristales rompiéndose, cuerpos cayendo al suelo.
Todo era muy confuso y comenzaba a sofocarme. Mi vista era borrosa.
Entonces unas manos agarraron con fuerza el brazo de la mujer y de un tirón lo separó del mío, tirando de mí después para sacarme de allí. Paula.
— ¿¡Y las demás!? —Grité, aterrado.
— ¡Están allá, cerca del tren! Hay que subir, Raúl, tenemos que irnos de aquí.
A nuestro alrededor, personas atacaban a personas, las personas morían, y después volvían a renacer... Con hambre de más carne humana. Cuando las alcanzamos el tren ya se había puesto en movimiento, y las puertas comenzaban a cerrarse. Corrimos lo más rápido que pudimos. Solo podía ver el humo, vagones en llamas, el cielo plagado de nubes, convirtiendo a la ciudad de Seúl en una todavía más gris. Todo eran imágenes instantáneas que pasaban ante mis ojos, rápidas y fugaces. Nuria consiguiendo subir al penúltimo vagón... Andrea agarrándose a la barandilla. Paula tropezando, cayéndose al suelo cuando todavía faltaban un par de metros para alcanzar el vagón. Ana girándose al escuchar el golpe de su amiga caer. Un grito desgarrador de alguien siendo herido.
Y después todo volviéndose negro.
Abrí los ojos de golpe, con la respiración alterada e irregular. Un sudor frío me recorría la espalda y mis puños se aferraban con fuerza a aquella manta desgastada. Había sido una maldita pesadilla, un sueño horrible de cuando todo comenzó, de cuando las perdí a ellas. Me incorporé, observando detenidamente el lugar donde me encontraba. Un salón desconocido, pequeño y totalmente oscuro. Mis ojos se fueron acostumbrando poco a poco a las sombras, un finísimo hilo de luz se colaba entre las ventanas que la noche de antes habíamos decidido cubrir con cartones viejos para que nadie pudiera ver el interior desde fuera... Y por nadie me refería a ellos. Seguramente estaba amaneciendo ya, una ligera brisa se colaba entre el cristal roto de la ventana derecha, hacía frío.