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— A N A.
Nos habíamos escondido entre las ramas caídas de uno de aquellos árboles, tras la vegetación y una enorme roca que nos cubría al completo. Estaba nerviosa y en tensión: Era algo normal siempre que te cruzabas con más personas, nunca sabías cómo iban a reaccionar, desde hacía tiempo los vivos habían comenzado a ser más peligrosos que los muertos. Los muertos eran predecibles, pensaban en matar y comer; los vivos... Ya eran más complicados. El tono de voz de aquellos hombres me heló por completo, cada grito que daban y cada golpe que dirigían a sus dos prisioneros me irritaban más y más.
Me quemaba por dentro no poder ayudar y contemplar en silencio cómo agredían a personas inocentes, que no podían defenderse al estar atados de manos. Una sensación amarga ascendía por mi garganta, haciéndome sentir culpable y en parte cómplice de aquél acto. ¿No decían que el peor enemigo era quien observaba el mal sin hacer nada?
Con cada segundo que pasaba, apretaba más mi puño en torno al mango de uno de mis cuchillos, intentando soportar toda aquella culpa, que caía como plomo pesado sobre mi espalda. Lancé una mirada a Ha-neul, quién apretaba la mandíbula y tensaba sus brazos mientras observaba fijamente la escena; intentando seguir con la mirada cada movimiento de aquellos hombres entre la maleza de los árboles. Sabía que también se encontraba en un debate interno sobre qué debían hacer, pero cuando notó mi mirada sobre ella rápidamente habló, en un susurro brusco.
— No.
Aquel tono de voz iba cargado de algo más complejo que una simple negación, como si consiguiera leer mis pensamientos y adelantarse a cada decisión que tomaba: Me advertía de que me olvidara de salir ahí afuera y luchar contra ellos, que no era una opción para nosotras.
— Si no actuamos nosotras cuando hay alguien en peligro, cómo vamos a esperar que lo hagan el resto, tía. —Susurré, acercándome más a ella, con una mueca.
— No lo esperamos, directamente. Deberías saberlo de sobra, Ana.
Su voz temblaba ligeramente, a pesar de que su mirada era decidida. Ella, siempre intentando llevar el control de la situación... Siempre intentando ser la fuerte del grupo. Todavía recuerdo a la perfección aquél día en el que coincidimos, hacía mucho más de un mes. Era un día lluvioso y la hipotermia estuvo a punto de consumirnos a Paula y a mí. Vagábamos entre las calles vacías de un pequeño pueblo, con el cuerpo deshecho en temblores, rostro pálido y labios por poco azules. Si no hubiera sido por ella, quien se atrevió a acercarse a nosotras y dejarnos pasar a su pequeño refugio, donde nos dio comida caliente y varias mantas; estoy segura de que habríamos muerto.
Y eso lo único que hacía era darme todavía más razones para no quedarme ahí escondida, porque quizás... Gracias a nosotras, ellos no tendrían que morir hoy. No lo pensé, mi cuerpo se movió automáticamente tan rápido que ni siquiera Ha-neul pudo detenerme y cuando pude darme cuenta, ya me encontraba en mitad de la playa, mirando fijamente a aquellos hombres con el ceño fruncido y dos de mis cuchillos ocupando cada una de mis manos.
— Eh, vosotros, imbéciles... Soltad a esos dos.