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— L a u r a.
Aquél era un día caluroso, los rayos de sol abrasaban, la tela de la ropa se me adhería al cuerpo con cada paso que daba y podía notar cómo el sudor me goteaba desde la nuca y se deslizaba por mi columna. Todo eso, juntado con el hecho de que llevaba días sin ducharme y la sangre seca de los muertos que había matado antes continuaba impregnada en mi ropa solo podía significar una cosa: Daba asco.
Estaba hecha una mierda. Y para mi desgracia, cada vez que desviada mi mirada hacia la izquierda, me encontraba con un Hyun viéndose prácticamente como un Dios griego caminando a mi lado. Me irritaba. ¿Cómo podía verse tan bien incluso con decenas de capas de sudor bañando su cuerpo y la ropa hecha mierda? Casi como si me hubiera leído la mente subió una mano hacia su flequillo, retirando un par de mechones en un gesto que lo hizo parecer jodidamente atractivo: Joder, parece que lo haga a conciencia y todo.
Justo en ese momento nuestras miradas coincidieron y sus labios pronunciaron un silencioso: Qué miras. Desvié la vista hacia el frente rápidamente con una mueca y el ceño fruncido, me había pillado babeando por él. Unos cuantos metros por delante, Jaden caminaba encabezando el grupo. Su camiseta se adhería a su camiseta a causa del sudor y los músculos de su espalda tendían a marcarse con cada paso. En qué momento me había unido a un grupo así... Y por qué coño había insistido Jaden en que fuera con ellos. Todavía no lo entendía del todo, pues era una completa inútil.
Llevábamos un par de días caminando, este era el tercero, descansábamos por la noche y caminábamos durante el resto del día hacia un lugar desconocido para mí. Normalmente buscábamos refugio en casas abandonadas o en algún lugar alto. Si no encontrábamos nada y nos tocaba dormir al aire libre en mitad del bosque, rodeábamos con hilos llenos de cascabeles creando una especie de círculo de un diámetro de unos quince metros. Eso nos avisaría de cualquier caminante que tratara de acercarse a nosotros antes de que se nos echara encima.
Siempre había alguien de guardia, y cuando me tocaba a mí, la penumbra de la noche y las respiraciones pesadas de mis compañeros tan solo hacían que mi soledad se incrementara. Por irónico que pareciera, su presencia me recordaba todavía más que hubo un momento en mi vida en el que no estuve sola, me recordaba a que en su momento perdí algo, algo importante: A todos mis seres queridos.
Sabía que cuando me tocaba hacer guardia, Hyun tendía a no dormir. Se quedaba tumbado entre las mantas, con los ojos cerrados, pero alerta. Todavía no se fiaba de mí y era totalmente comprensible. La noche pasada, los cascabeles sonaron y fue el primero en reaccionar. Se levantó como si hubiera estado esperando aquella visita, y se deshizo de los dos caminantes que se acercaron a nuestro campamento en menos de cinco segundos. Apenas pude reaccionar.
— Eres lenta. —Murmuró, casi reprochándomelo.
Yo no respondí, me quedé absorta observando las brasas aún calientes de la hoguera que hacía horas habíamos encendido con una extraña sensación inundándome, la extraña sensación de sentirme protegida por alguien. Él volvió a envolverse entre aquella manta raída y extrañamente se sentó a mi lado, con un largo suspiro. El silencio que se creó entre ambos fue largo, sin embargo, no fue incómodo en ningún momento, tan solo nos hacíamos compañía. Como si la efímera presencia del otro nos reconfortara. Algo raro por parte de Hyun, pues sabía que no le caía nada bien y no me quería con ellos. Después de unos minutos, me arrastré un poco hacia atrás y me encogí más entre mi manta.