11 • 10 ♡

5 (a)

Nina ahora se refugiaba en Sara llorando a Naamio, pero Sara seguía triste.

Cada lágrima le hacía sentir que debía mostrarle a Naamio en la palma de su mano, pero ella sentía miedo de hacerlo. Porque seguía sin encontrar una rosa suave, porque ella comenzaba a marchitarse, y para Sara era el motivo de su viaje.

Continuó mostrando a Nina cómo mantenerse de pie sobre el agua aún siendo inestable, pero nunca la dejaba empapar: sin importar que debiera ella empaparse para evitarlo.

Nina se daba cuenta de ella, y poco a poco se olvidaba más y más de los cuidados de Naamio (aunque se sintiera culpable), y lo lamentaba, pero se preguntaba por el sabor de los labios de la princesa.

Pero Sara seguía teniendo los ojos puestos en otro lugar.

Nina se sentaba en una piedra a sonreír.
Sara ya conocía que a veces ella lloraba, pero no quiso ir entonces, sino cuando estuviera dejando a Naamio fuera de su vida, cuando dejara de recordar que los labios de Naamio le dieron alguna vez un alma.

Sara se acercó y se sentó la piedra, pero ella no sonreía.

Sus manos estaban removiéndose con incomodidad,
en una, detrás de ella, sostenía la máscara.

—Sara.
—Nina —Pausó un instante— Debo confesarte un pesar.
—¿Me llevarás a la causa de este?
—Traje la causa conmigo.

Mientras Nina miró alrededor en busca de alguien, pero Sara solo tomó su mano para mirarse ambas.

—Nina, yo estuve buscando un rosal durante mi viaje. Y encontré uno, pero la única rosa que me traje de ahí fuiste tú, y te traje con solo prestarte mis labios y saliva.

Tardó en comprender. Entonces la otra le extendió la máscara, y se la mostro en la palma de su mano mientras su miedo se agrandaba a la vez que los ojos de Nina se encontraban con la vista de Naamio.