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Quique se había remangado la pernera de la pierna izquierda de su pantalón hasta la rodilla y aplicaba un poco de agua oxigenada, con ayuda de un trozo de algodón, a la herida que el niño le había provocado con su mordisco. No sangraba mucho, aun cuando le había desgarrado un buen trozo de piel. Teresa ya no estaba con él.

José se echó en el quicio de la puerta.

─¿Qué tal? ─preguntó mientras Quique intentaba no hacer muecas de dolor mientras aplicaba el agua oxigenada.

─Pues ya ves ─contestó moviendo la pierna para que José pudiera ver el destrozo que le había hecho el niño.

─Menudo hijo de puta, el niño ese, ¿no?, pero ¿cómo te has apañao?

─¡Yo qué sé, tío! ─exclamó─ pensé que estaba asustado por lo que estaba pasando fuera... ─paró un momento en seco y miró a José a los ojos─, por cierto ─dijo─, ¿habéis visto lo que hay fuera?

José asintió.

─¿Puedes caminar? ─le preguntó.

─Sí, claro ─dijo Quique bajándose de la camilla─, sólo es un arañazo.

─Pues volvamos a la sala ─dijo mientras daba media vuelta─, porque María José está muy nerviosa y a lo mejor se tranquiliza si ve que tú estás bien.

Quique asintió y le siguió cojeando.

Cuando llegaron a la sala, Teresa y Ramón estaban consolando a María José, que aún temblaba un poco, mientras que Lola y Carlos miraban por la ventana, con cara de bobos, sin creer lo que estaba pasando.

─Eh, María ─dijo Quique, poniéndose en frente de ella─, estoy bien, no te preocupes, sólo ha sido un rasguño.

María José le miró muy seria, aún con ojos vidriosos por las lágrimas. Quique hizo el amago de enseñarle la pierna, pero luego lo pensó mejor y, en lugar de eso, se sentó en la mesa junto a ella.

Ramón acababa de levantarse de la mesa y cedió su sitio a Quique, para ir a sacarse un café de la máquina. Justo cuando salía de la sala aparecieron Gabriel y Pablo, un poco acelerados.

─¿Qué ha pasado? ─preguntó Ramón.

─El niño sigue ahí ─respondió Gabriel.

─Es un poco macabro ─añadió Pablo.

Ramón les hizo una señal con la mano para que salieran de la sala y luego les hizo otra con la cabeza, señalando a María José. No quería alarmarla.

─Aún se está recuperando del susto ─dijo cuando los tres se encontraron en el pasillo─, decidme, ¿cómo está la cosa? ¿Es peligroso salir?

─Yo no lo haría ─contestó Pablo al instante.

Ramón suspiró profundamente.

─¿Y qué vamos a hacer?

─Ni puta idea ─contestó de nuevo Pablo, mientras Gabriel se encogía de hombros, enfatizando la respuesta de su colega.

Ramón miró a los ojos a los dos y luego volvió a mirar a la sala.

─¿Hay más gente en el edificio a parte de nosotros?

Los chicos se miraron entre ellos y se volvieron a encoger de hombros.

Pablo dio media vuelta y entró en la sala, dando por terminada la conversación. Gabriel y Ramón se miraron durante un momento.

Gabriel comprendió en la mirada de Ramón, que este quería un acompañante para visitar el resto de plantas del edificio para reunir a toda la gente, pero no estaba por la labor, con la historia del niño del vestíbulo había tenido bastante, al menos para un par de horas, con lo que se limitó a aguantar la mirada.

─Bueno ─, dijo Ramón tras un suspiro─, voy a echar un vistazo, a ver que encuentro.

─Ok ─dijo Gabriel mientras se daba la vuelta para entrar en la sala─, ten cuidado.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora