25

713 83 34
                                    


 ─¿Qué tiene tanta gracia?

Los palos de fregona, de repente, se le antojaban demasiado poca cosa para lo que se les venía encima, pero Saúl estaba sonriendo.

A punto de salir a la calle, sin saber a lo que se iban a enfrentar, él pensaba que, por primera vez en mucho tiempo, era dueño de su vida, que estaba haciendo algo, que estaba actuando, que estaba cambiando su destino. Tenía la sensación de que se había quedado tumbado en el techo de aquel autobús a esperar que todo pasara un millón de veces ya. Pero en aquel momento, se había levantado y estaba cambiándolo todo. Estaba siendo valiente y eso le hacía sentir completo de alguna manera, lleno de vida, y ponía en su cara una expresión extraña.

Sonreía.

─¿Qué de qué coño te ríes? ─volvió a preguntar Álvaro, que se sentía un poco incómodo viendo a Saúl sonreír cuando él estaba cagado de miedo.

Saúl se apartó entonces de sus pensamientos y miró a Álvaro a la cara sin comprender exactamente lo que pasaba.

─¿Qué? ─dijo mientras borraba la sonrisa de su cara─, Nada, nada...

─Sal tú primero, que llevas palo, anda­ ─dijo Álvaro, y le dio un empujoncito en el hombro a su compañero para hacerle salir. Intentó olvidarse del tema.

La Avenida de América estaba extrañamente tranquila, había coches parados en mitad de la calzada, todos parecían estar vacíos. Algunos de ellos aún tenían las puertas abiertas. Daba a pensar que sus ocupantes habían salido despavoridos.

En cuanto asomó la cabeza a la calle, Saúl se dio cuenta de que había un grupo de gente a su derecha, agolpado en frente de la pequeña cervecería Camarón, a unos cincuenta metros de ellos.

─Ahí hay gente ─susurró señalando con el mentón, pero en cuanto lo dijo se dio cuenta de que no podrían fiarse de aquel grupo de gente, porque ya no eran personas normales.

Esteban y Álvaro se asomaron y corroboraron que el extraño ruido que habían estado oyendo hasta ese momento no era otra cosa que los gemidos de aquellos pobres infelices, que intentaban entran en el bar, seguramente porque a través de los cristales de la puerta y las ventanas podían ver a gente de verdad en su interior.

─Mierda ─dijo Álvaro.

─¿Qué hacemos ahora? ─preguntó Esteban.

O se quedaban allí y no hacían nada o se dirigían hacia la izquierda, dirección Francisco Silvela, que parecía más despejado, pero ¿para qué iban a arriesgar sus vidas?

─Quizá sea más seguro volver con el resto del grupo ─comentó Esteban.

─¿Vamos a volver con las manos vacías? ─contestó Álvaro─, ¿y luego que hacemos? ¿nos sentamos a esperar?

Esteban lo miro muy serio.

─Estoy de acuerdo con Álvaro ─dijo Saúl─, deberíamos salir a buscar ayuda.

Esteban suspiró.

─Vale ─dijo─. ¿Y qué proponéis?, ¿Adónde vamos?

Saúl y Álvaro se quedaron pensativos, Esteban tenía razón, ¿adónde podrían ir para pedir ayuda?

─Hay una comisaría no muy lejos de aquí ─dijo finalmente Álvaro.

─¿Dónde? ─preguntó Esteban.

─Cerca de Gregorio Marañón.

Esteban meditó un segundo antes de contestar.

─Eso está a un paseo, habría que recorrer un buen trozo de María de Molina ─dijo mientras se asomaba a la calle y miraba en dirección a la calle Francisco Silvela.

Tiempo MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora