Epílogo

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Le dolían los ojos de tanto llorar. Sabía que probablemente los tendría más que rojos e hinchados, pero no podía evitarlo...

Ver esa tumba frente a él le rompía el corazón.

—Kitsune... —murmuraba Thaen sin saber qué decir. Todo había ocurrido muy rápido para ser verdad.

Muy rápido para poder asimilarlo.

—L-lo intento, p-pero... —decía Kiu entre gimoteos—. Me es muy... d-difícil...

El Alfa se cubrió el rostro por enésima vez y Thaen volvió a sentir esa punzada en su pecho.

El lazo estaba surtiendo su efecto.

Era como recibir constantes golpes llenos de angustia, tristeza y desesperación directos en su corazón y el Omega no sabía si de verdad había alguno de sus sentimientos demostrándose o eran todo lo que Kitsune emitía.

De todas formas, dolía.

Kitsune volvió a jadear intentando calmarse.

—Por favor... —suplicó suavemente Thaen apoyando sus manos en los hombros de Kiu, demostrándole, trasmitiéndole, todo el apoyo que podía en esa etapa que tanto temió el mayor.

Abrió su boca, pero nada salió de ella.

—Oigan, ya dejen de llorar que aún no muero—gruñó Var. Se podía notar desde la distancia que estaba muy molesta y eso no se podía negar: Nada la enfadaba más que ver a su nieto llorar como un bebé.

—¡Var! —Le regañó Thaen girándose hacia ella. La Alfa bufó, cruzándose de brazos.

—No me vengas con eso, Thaen. Ya era hora que esa rata se muriera.

Y como era de esperar ante su insensible comentario, Kitsune aumentó su llanto preocupando aún más al pobre Omega.

—¡No, Kiu!—jadeó.

La Alfa rodeó sus ojos y se giró, adentrándose a su casa y dejando solos a la joven pareja en el triste y vacío jardín.

Pasó un buen tiempo hasta que Kiu dejó de llorar y el silencio volvió, cosa que inquietó a Thaen y se acercó a su rostro.

—¿Kitsune?

—Quiero ir a mi habitación—soltó indiferente el Alfa mientras que se levantaba con dificultad. Tambaleándose, caminó hacia la puerta de la casa y se perdió en su interior dejando solo al preocupado Omega.

Thaen se abrazó a sí mismo y volvió su vista a la pequeña tumba.

Esa inquietud en su pecho se volvía cada vez más desesperante.

—¡Debería dejar de ser tan dura con él!—exclamó enfadado Thaen—¡Sal murió! ¿Por qué no puede comprender eso?

—Es solo una mascota—contestó Var dirigiendo su vista hacia algún punto muerto del salón.

—¡No era solo una mascota! —contradijo el Omega—¡Sal era su familia!

La Alfa bufó y Thaen se dejó caer rendido en el sofá. Cubrió su rostro, demostrando lo cansado y harto que se encontraba.

—Maldita sea —maldijo.

Esa opresión seguía ahí.

No era la primera vez que terminaba regañando a Var, pues la anciana terminaba siempre cometiendo el mismo error que él estaba más que fastidiado. No importaba cuántas veces lo repitiera, ella no lo iba a escuchar.

Era más terca que una mula sin dudas.

—De verdad ya no sé qué hacer... —admitió calmándose.

Déjame ser tu mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora