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"Empatía"
7 años

   —Termine. —dijo Nagisa, colocando los cubiertos encima de su plato vacío.

Mi madre le plantó un sonoro beso en la mejilla. Estaba feliz de que llevara una semana comiendo todos sus alimentos. Ya no dejaba el pan ni la pasta. Todo terminaba en su boca y, en muy pocas cantidades, en su ropa.

A diferencia de mi, Nagisa era bastante cuidadoso. Cuando jugaba, jamás se manchaba de barro. Al volver de la escuela, sus manos estaban impecables. Cuidaba mucho su apareciencia, pues quería evitarle corajes a mi madre. A mi tampoco me gustaba estar sucio, pero al pelear constantemente con mis compañeros, terminaba lleno de tierra y rasguños. Mi madre solía rogarme que fuera al menos en eso parecido a mi hermano.

Por eso me decidí a descubrir lo que Nagisa ocultaba, literalmente. Cada que se levantaba de la silla, sus muslos se veían más grandes, con una forma redonda similar a la del pan.

   —¿Puedo ir a mi cuarto? —preguntó, sin moverse un milímetro hasta que se lo permitieran.

   —Claro pequeño. —contestó mi padre que, aunque parecía atento a su comida, escuchaba la conversación.

Nagisa se levantó de un salto y subió con delicadeza las escaleras. Cuando vi que desaparecía del pasillo, deje mis cubiertos.

   —Iré a jugar con él. —anuncié.

   —¡Pero no has terminado tus vegetales! —gritó mi madre cuando terminaba de subir las escaleras.

Dado que nunca pasaba tiempo con él y procuraba evitarlo, mi entrada triunfal al cuarto le tomo por sorpresa.

   —¡Aja! —grite, no muy seguro de lo que estaba pasando.

Nagisa estaba frente a su cajonera, con el ultimo compartimiento afuera. Estaba despedazando un pan y dejando caer los trozos.

   —¿Qué haces?

Su rostro se puso totalmente colorado. No se movió ni dijo nada, solo espero a que me acercara. Mi cara inquisitiva le hizo temblar.

   —¿Estas alimentando una rata? —dije con una ceja alzada.

   —Te-Tenia hambre. —respondió con voz temblorosa.

Mire de la cajonera a él, luego de regreso a la cajonera. En ella había una pequeña rata rodeando pedazos de pan y migas de otros alimentos. Movía su cola con rapidez, de izquiera a derecha. Lo interprete como un gesto de felicidad.

   —¿Solo le has dado pan?

Los ojos de Nagisa empezaron a brillar, emocionado de que mostrara interés.

   —También le he dado pasta, carne, frura, verdura. . .

Me levanté de un salto. Él no era el único que podía ser un buen hijo.

   —Terminaré mis verduras en el cuarto. —dije al llegar a la cocina y tomar mi plato.

Aquello sorprendió a mi madre que, en vez de darme un beso, me siguió escaleras arriba y descubrió a la hija de Nagisa.

Su regaño no fue tan severo. Mis padres entendían que, al igual que ellos habían puesto alimento en su estomago, Nagisa trataba de cuidar a aquel animal indefenso. Estaba solo, sucio y empequeñecido, del mismo modo en que él lo había estado. Pero no podían ni querían tener en casa una rata, así que llamaron a control de plagas y prometieron a Nagisa que lo llevarian a casa, cual esta fuese. Pero el pobre animal no correría con la misma suerte que su amo.

Antes de salir, mi madre revolvió mi cabello y me dio una pequeña, casi imperceptible sonrisa. Creí que se alegraba de que descubriera al costal de popo antes de que hiciera un ejercito de ratas. Lo cierto es que no podía estar más equivocado. Pero así fue mi infancia, llena de errores y malas interpretaciones.

Si, estaba feliz, porque por una vez en mi vida había tratado de convivir con mi hermano. Incluso si se trataba de alimentar animales en un cajon, era un gran avance. Cada día aceptaba un poco más su existencia.

El ABC de la vida (Karmagisa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora