VII. Pacto

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Los Mori conocían el riesgo de darle a beber sangre humana. El pacto de protección implicaba un sacrificio no humano dado por los Dazai, siendo el humano reservado a situaciones de extrema necesidad, al dotar de un impulso de poder a la criatura. Exceso que rompería su cordura.

Los traidores sabían que obtener el mando del feudo exigía deshacerse de la deidad, quien tarde o temprano demandaría la restitución del linaje original del pacto. El mejor modo de hacerlo fue por medio de la guerra, explotando su punto débil. Enloquecerlo.

Contrataron sacerdotes proscritos para evitar su interferencia.

Al cobijo de la noche los Mori y aliados atacaron.

La deidad recibió de la sangre no ofrendada, más sí derramada, un excedente de energía.

Los sacerdotes lo rodearon en su templo, lo quisieron atar por medio de una maldición.

La presencia inesperada de su retoño los tomó por sorpresa.

El niño, conduciéndose como sólo un chiquillo hace al ver en peligro a su padre, interrumpió con una defensa pobre.

El padre, en un resquicio de lucidez, arremetió contra los sacerdotes que intentaron deshacerse de su hijo, y acabó con ellos. Lastimosamente el poder en aumento en su interior amenazó de vuelta con ganarle y convertirlo en una bestia irracional, que masacraría el feudo.

Acorralado, salió del templo y se inmoló voluntariamente en el cielo.

Su muerte colocó en hombros inexpertos y jóvenes un pacto colosal, ligado a una familia en desgracia y a la merced de la avaricia de terceros, que optaron por hacer de él un peligro.

La ofrenda la daban los Dazai.

La especie eran vidas.

Los Mori quisieron manipularlo, obnubilando su mente con comida.

El señor feudal lo leyó en las crónicas prohibidas de su gente, destinada a los ojos de los descendientes de los usurpadores, cuando tuvo la edad para ascender.

—Transferir el pacto, haciéndolo beber la sangre mezclada del último descendiente Dazai con Mori, encajonando el pacto al no haber más sucesores originales —resumió Kouyou, apoyada en la pared de la estancia, dado el permiso de prescindir del protocolo oficial—. Elección que podría confinar al feudo lejos del resto de Japón. A salvo.

Mori asintió:

—Un objetivo ambicioso...

—Pero necesario —convino comprendiendo que, de concretarse, Mori requeriría un apoyo mayor.

En los últimos días lo vio desplomarse por su secreto. Conseguir estabilizar el feudo demandaba de ella ser más que su general, ser una amiga y confidente. El caso contrario igualmente precisaría que entendiera ante qué lucharía, y por qué ello la acercaría más a la traición que a su deber con el imperio.

Asintió de forma elocuente, tanto a su rol en el triunfo como en la derrota.

Su lealtad estaba con su señor.

—Por eso asesinó a Hirotsu.

De rodillas frente a la mesa de té, dándole la espalda, Mori hizo una afirmativa sin permitirse culpas.

—Gin es una maestra de los hechizos. Tiene un don que roza lo demoniaco. Tan sutil, tan mortífero —cerró los ojos, rememorando—... Hacer a la comitiva matarse entre ellos por un sortilegio transmitido en un simple pergamino, creando una ilusión de estar bajo ataque, posee una belleza terrible que resulta hermosa.

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