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Rex

Tener como respaldo la lisa pared detrás de mí, suficientemente cómoda como para mantener mi espalda erguida y libre de dolores, se convirtió en algo adictivo.
Por primera vez en años Ania no esta detrás de mí en un salón de clases y debo decir que aún me parece algo extraña la situación.

Otra de las ventajas que vienen en el paquete del nuevo asiento es la ayuda que Lyn suele brindarme siempre que necesito, lo cual se está convirtiendo en algo muy frecuente últimamente.

El desorden tiende a invadir el aula en los minutos que transcurren para que un nuevo profesor llegue a impartir otra aburrida materia.

Debo decir que la primera vez que vi a Lyn sacar golosinas de su mochila durante ese corto tiempo, justo el primer día que me senté detrás de ella, me sorprendió. Aún era algo temprano pero ella actuaba como si comer tal cantidad de azúcar en la mañana fuera de lo más normal del mundo.
Ahora no me sorprende verla devorar cualquier tipo de dulces cuando hay tiempo libre.

Una eterna hora pasa y prefiero usar mi tiempo y dormir durante la clase. El alboroto y pasos alejándose me despiertan y después las quejas de una chica hacen que me despida de mi sueño.

Me encuentro con el aula vacía, solo quedan lugares solitarios y mochilas adornando las sillas, dirijo mi visión hacia la puerta donde encuentro a la enana dando repetidos golpes para abrir la puerta.
Suspiro al ver a Ania por una de las ventanas burlándose de ella desde afuera. Me dedica una mirada con la vista entrecerrada y se marcha riéndose.

—¡Ania! —ella grita y es la primera vez que la escucho enojada.

Me pongo de pie y por fin tengo un panorama de la situación cuando veo a traves de una ventana, han trabado la puerta desde afuera. Fabuloso.

—¿Por qué ha hecho eso? —intento abrir la puerta. Inútil.

—No lo sé. ¡Está loca! —comenzó a caminar por él aula vacía—. Dijo que si queríamos salir tú y yo debíamos hablar.

—¿Hablar?, ¿sobre qué? —la mire confundido.

—¿Cómo voy a saberlo? —se encogió de hombros con frustración.

Sin saber qué hacer me senté en uno de los asientos vacíos e intenté descifrar lo que podría estar pasando por la mente de Ania. Sí, estaba loca, Lyn no se equivocaba, yo lo sabía mejor que nadie.

Escuché una silla deslizándose y después vi a Lyn abriendo una ventana.

—¿Qué haces? —la mire y me contuve de reírme, esa escena me hacía recordarla en la biblioteca.

—Es obvio, voy a salir de aquí —se subió a la silla. Aún es enana.

—¿Tu plan es salir brincando por una ventana? —me reí.

—Tengo hambre y quiero un chocolate —dio un salto y colgó una de sus piernas en la ventana—. Además es un primer piso, no vamos a morir.

Desvíe la mirada para no ver nada que luego me haga recibir un golpe.

—¿Vienes?, yo invito las golosinas —me guiñó un ojo. Sentí escalofríos.

Me puse de pie.

—Tienes un gran apetito, enana —repetí su acción una vez que ella ya había saltado.

Antes del comienzo del finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora