Anaís se había dado cuenta que Will la miraba de una manera extraña, con la que nadie la había mirado antes; era una mirada no demasiado difícil de descifrar, pero a ella le costaba lo suyo porque nadie la había mirado de esa manera en la que una persona mira a otra pensando en cómo sería quedarse a solas y estar así durante un tiempo, el necesario como para conocerse lo suficiente. Ella paró de hablar y Will no pareció darse cuenta hasta que llegó el camarero preguntando por el poste; él pidió unas llamativas y dulces natillas, mientras que ella pidió una jugosa y saludable pieza de fruta. Will parecía estar nervioso, pero ella no se daba cuenta o estaba jugando con él; así que él se despejó un poco y empezó a hablar con ella de otro tema hasta que terminaron de cenar. La cuenta la pagaron entre los dos y al no saber muy bien lo que hacer, Anaís dijo que se iría a su casa si no iban a hacer algo más a parte de cenar y hablar. Will, sacando su lado atrevido le comentó que no sabía nada de ella y que podían describirse el uno a la otra y al revés para conocerse más; a Anaís no le venía mal conocer algo más de su resbaladizo objetivo, así que dijo que sí, sin asumir todo lo que aquello pudiera provocar.
Will estaba más nervioso que nunca, le temblaban las piernas, los labios, un sudor frío le recorría todo el cuerpo de arriba a abajo; siempre le pasaba esto cuando estaba intentando pedir salir a alguien o cuando tenía que hacer algo en público; pero con Anaís se duplicaba todo lo que sentía o había sentido. Por más que lo intentaba, Anaís no se daba cuenta de las intenciones de Will, pedirle que tuvieran una relación y compartieran sus vidas.
Will nunca había sido capaz de decirle a alguien "me gustas" y no encontraba el momento de decírselo, aunque siempre lo intentaba.
Al final, decidió no decírselo en aquel momento y guardárselo para sí hasta que él reuniera el valor para mostrarle sus sentimientos a Anaís.
Decidieron irse del restaurante y tomar un poco el aire, porque fuera del restaurante no había un ambiente agobiante y caluroso, sino que hacía algo de brisa y tenía que hacer una buena temperatura porque veía pasar a cientos de personas por el paso de peatones de enfrente al restaurante.
Salieron de allí y antes de que Anaís dijera nada; Will, sacando la valentía desde su interior más profundo, le pidió torpemente que si le apetecía darse una vuelta en su moto. Ella, sorprendida, le dijo que no, que se iría caminando a su casa. Aquella noche había sido algo extraña, ella sabía que él le quería decir algo, pero no sabía lo que podía haber dicho o hecho. Pero poco a poco se iba dando cuenta que Will era más sensible de lo que había creído en un principio.
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Buenas maldades
Romance¿Los malos son siempre los malos o pueden cambiar? Los buenos también hacen cosas malas, pero las suelen esconder. Un corazón no decide, se deja llevar.