Capítulo 2. El nuevo camarero.

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Aitana

- Oye Aitana, que no nos habías dicho que tus padres habían contratado a un nuevo camarero. - Dijo Marta, mi mejor amiga, mordiéndose el labio.
- Y menos aún que iba a estar tan bueno. - Le siguió Ainoa.
- Vicente sí que está bueno. - Recalqué con la mirada perdida.
- Bah, que pesada, siempre lo mismo. - Refunfuñaron las dos a la vez.

Hoy era sábado y, como todos los sábados por la mañana, quedábamos para hacer juntas las tareas del colegio, íbamos las tres en la misma clase.
Aunque poco hicimos ese día, ellas no paraban de hablar del nuevo camarero como si de un dios griego se tratara, y yo me sentía excluida de la conversación.
Cuando quedaban escasos minutos para que cada una se fuera a su respectiva casa a comer, salimos de la sala y ellas se fueron a la barra a pedir un vaso de agua antes de irse, aunque en verdad sólo querían volver a ver a ese tío y hablar con él.
Pero la idea de hablarle se esfumó cuando vieron que ya estaba ocupado en tirarle los trastos a una chica de la barra.

- No habréis pensado que un tío tan mayor se fijaría en vosotras, ¿no? Nos sacará al menos diez años, dejaros de tonterías. - Me miraron indignadas y resoplé. - ¿Os apetece venir a dormir a mi casa hoy? Podríamos hacer una fiesta de pijamas. - Les sugerí para cambiar rápido de tema.

Las dos asintieron recuperando la sonrisa. Solíamos hacer pijamadas muy a menudo y a las tres nos encantaba.
Me despedí de ellas y se fueron. Yo me quedé en el bar, ya que era donde comía normalmente.

- ¿Qué te pongo, guapa? - Me preguntó sonriendo el nuevo camarero, al que miré con una disimulada cara de asco antes de contestar.
- Sé servirme yo sola.
- Tranquila fiera. - Dijo divertido. - Solo hacía mi trabajo.

Entré en la cocina del bar para prepararme algo de comer, ayudada por Ricky porque, la verdad, no sabía cocinar. Y después de tener mi comida lista me senté con mi madre, quién también estaba comiendo, en una de las mesas.

- Aitana, cariño. - Me dijo ella con voz de consolación. - Tus amigas no van a poder venir hoy a dormir a casa.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Cepeda, el nuevo camarero, no tiene dinero suficiente como para pagarse un hotel donde pasar la noche y Ricky tiene la casa muy llena esta semana como para que entre otra persona más.
- No me digas que va a venir a dormir a la nuestra...
- Así es, el pobre está desesperado por buscar un sitio donde dormir y a papá y a mí no nos importa que pase la noche en casa.
- Pero mamá, nosotros tampoco tenemos cama para él.
- ¿Cómo qué no? Si tú duermes en una litera.
- ¿Qué? No va a dormir en mi habitación, ni de broma. No lo conozco de nada.
- Aitana, por favor. Pórtate bien con él, ¿vale? Sólo será esta noche.
- Mañana va a tener el mismo dinero que hoy y le pasará lo mismo que hoy, está claro que no va a ser solo esta noche...

Mi madre frunció el ceño y acabé aceptando con resignación. Que mis amigas no vinieran a dormir no era lo que más me importaba, ya habría más días, pero ese tal Cepeda no me había caído bien, y resulta que ahora me iba a tocar dormir en la misma habitación con él. Y no me hacía gracia, pero no me quedaba más remedio.

Sobre las siete de la tarde decidí recoger mis cosas para irme a casa, me apetecía estar sola aunque fuera solo un rato.

- Espera hija. - Gritó mi madre cuando ya estaba a varios metros del bar. - Acompaña a Cepeda a casa, ya ha acabado su turno por hoy y por el camino podéis hablar y conoceros un poco. - No me quedó otra que aceptar a eso también, aunque no de muy buena gana.

Cepeda salió del bar y me saludó desde lejos, yo me quedé quieta esperando a que llegara a donde estaba.

- ¿Qué tal? - Me preguntó cuando ya se estaba acercando a mí.
- Bien. - Contesté borde y seca, a pesar de que él intentaba ser simpático.

Nos pasamos el resto del camino sin articular palabra alguna.

- Ya hemos llegado. - Le enseñé de forma rápida la casa, indicándole el baño y la cocina, y luego lo llevé a mi habitación. - Tú dormirás en la de abajo.
- Vale sargento. - Me dijo divertido, tal y como había hecho en la barra unas horas antes.
- A mí no me hace gracia.
- Oye, no sé qué te pasa conmigo, pero eres la hija de mis jefes y me convendría llevarme bien contigo.
- No te puedes llevar bien con alguien a quien no le caes bien. - Proclamé con enfado ante su prepotencia. Él suspiró y tragó saliva.
- Qué mala es la edad del pavo. - Dijo en bajo. Evité su comentario, no quería entrar en ese tema.
- Hablando de edades, ¿cuántos años tienes? - Pregunté curiosa.
- Veintitrés, ¿tú?
- Trece.

Volveré. (Aiteda)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora