Aitana
Iban a ser las doce de la noche y mis padres no daban llegado, aunque sí que es verdad que solían retrasarse bastante normalmente.
- ¿Tienes hambre? ¿Te apetece cenar algo? - Me preguntó Cepeda, que había sido muy atento conmigo en lo que llevábamos de noche.
- La verdad es que me empiezan a crujir las tripas. - Dije frotándome la barriga.
- Em...¿tienes patatas y huevos? - Titubeó indeciso.
- ¿Para qué?
- Para hacer una tortilla. - No pude evitar reírme ante su decisión. No me esperaba esa respuesta.
- Mejor pedimos una pizza, yo invito. - Dije entre risas mientras cogía el teléfono para llamar a la pizzería.
- Tú te lo pierdes, cocino de maravilla.La pizza llegó, no como mis padres, y la tomamos entre bromas y risas que no comprendía, estaba empezando a sentirme a gusto con él y no quería, tenía demasiado orgullo como para llevarme bien con él después de cómo me había comportado antes.
- Y, entonces, ¿te gusta Graciela?
- ¿Qué? ¿Quién es esa?
- La chica con la que hablabas en la barra.
- No sabía su nombre, ¿la conoces?
- Claro, es la hermana de mi...bueno, de Vicente, un chico de mi instituto. - Mis amigas tenían razón, siempre acababa sacando su nombre en todas las conversaciones.Me miró extrañado y le dió el último mordisco a su trozo de pizza.
- No me gusta, pero la chica no está mal.
- A mí no me parece muy guapa, la verdad.
- ¿Y su hermano?
- ¿Su hermano qué?
- Que sí te parece guapo.
- Mucho, digo no, o sea sí, bueno, ¡ay! - Cepeda rompió a carcajadas mientras a mí se me subían los colores, menudo ridículo acababa de hacer. - Eres idiota.
- No deberías insultarme, pequeña.
- ¿Pequeña?
- Pequeña. Eres pequeña. Una enana. - Recitó burlándose de mí, aunque de una forma muy tierna.En ese momento llegaron mis padres y corrí a abrazarlos. Excusaron su tardanza diciendo que habían tenido muchos clientes en el bar.
- ¿Qué tal os lo habéis pasado? - Preguntó mi madre, que parecía estar empeñada en que nos lleváramos bien.
- Mal. - Bien. - Dijimos a la vez.
Me sorprendió que Cepeda dijera que se lo había pasado bien, y creo que a él le sorprendió que yo dijera lo contrario. Pero me daba igual.
Mi madre suspiró y me dijo que me fuera ya a la cama, Cepeda fue detrás mía, parecía cansado.- Entonces la pequeña dormirá en la litera de arriba, ¿no es así? - Me dijo bromeando.
- Mira, como me vuelvas a llamar así hago que te despidan. - No pudo evitar volver a romper a carcajadas al ver que me había picado.
- Y la sargento aparece de nuevo. - Seguía riendo.Ignoré sus comentarios y me metí en cama, recostada de lado, de manera que mi ojos solo vieran la pared amarilla de mi cuarto, y poco a poco se fueron cerrando hasta no ver nada.
Empecé a correr hacia ningún lado, estaba sudando y hacía frío, mucho frío, a mis piernas les costaba mantener el ritmo y sentía que me caía. Notaba la sombra de alguien intentando atraparme y justo cuando me tenía a un palmo abrí los ojos.
Salté sobre mí misma en la cama y mi respiración pasó de estar moderada a muy agitada. Cepeda lo debió notar porque se despertó también.
- ¿Estás bien, Aitana? - Me preguntó con la voz ronca, mientras se frotaba los ojos.
- Sí, creo. Solo ha sido un mal sueño. - Pudo notar la inquietud en mis palabras.
- ¿Qué pasa? ¿La pequeña ha tenido una pesadilla? - Volvió a preguntar, esta vez más animado y burlón.
- Boh, no sé ni por qué te digo nada.
- Qué estaba de broma mujer. Fuera lo que fuera ya ha pasado, anda, intenta dormir.Y eso hice, me envolví entre las sábanas y cerré los ojos. Pero esa sombra seguía en mis pensamientos, no era capaz de quedarme dormida.
- Eh...¿Cepede?
- Cepeda, con a. Luis Cepeda, más bien. - Rió.
- Perdón. Bueno, que... ¿puedo meterme en la cama contigo? - Tartamudeé nerviosa. Él echó una pequeña carcajada por cómo me había puesto y mis mejillas volvieron a teñirse de rojo.
- Claro, vente. Al fin y al cabo la cama es tuya.Salté de mi cama a la suya y me acurruqué a su lado, sentí el latido de su corazón muy cerca y, sin saber cómo ni por qué, me encontraba mejor. Él esbozó una sonrisa de orgullo al ver que mi respiración se había calmado.
- Que te quede claro que me sigues cayendo mal. - Dije dándole la espalda, para finalmente conseguir quedarme dormida.