Prólogo

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Cepeda

“No quiero que te vayas, por favor.”

Soñaba con esas palabras desde que supe que me mudaba a Barcelona. La indefinida imagen de una chica y sus rompedores sollozos suplicándome que no me fuera no me dejaban dormir. Me sentía culpable sin tener idea de por qué.

Encendí un cigarro y salí al pequeño balcón que tenía el cutre apartamento donde vivía.
Hacía mucho frío fuera, enero no era piadoso y se empezaba a notar la llegada del invierno, aunque quizás fuera porque eran las cuatro de la mañana y estaba solamente en bóxers.
Di una última calada y entré de nuevo a mi habitación.
Entre las sábanas de mi cama estaba una mujer, no recordaba su nombre pero sí habérmela tirado. Le di un toque a la pared para despertarla con el ruido, abrió los ojos y se incorporó en la cama, al notar que estorbaba empezó a recoger sus cosas para irse.

- ¿Me llamarás? - Preguntó ella, imaginándose la respuesta.
- No tengo tu número. - Me excusé seco y, antes de que pudiera contestar, abrí la puerta de la habitación para que se fuera, luego la guié hasta la entrada principal para repetir la acción y salió del apartamento.

Volví a mi cama y me tiré en ella frotándome los ojos, siempre la misma historia, nunca dejaré de ser un cretino con las mujeres, pero después pasar por lo que pasé, me había prometido a mí mismo no volver a enamorarme, no quería sentirme atado a otra persona, ni quería nada serio, iba de cama en cama y tiro porque me toca desde hacía más de cinco años.

Tan solo pude dormir dos escasas horas antes de que sonara el despertador, la resaca a causa de lo que había bebido anoche y el sueño que tenía hacían que me costara mantenerme en pie, pero el vuelo salía dentro de tres horas y tenía que prepararme. Metí la poca ropa de la que disponía en la maleta, me duché, me arreglé y salí de allí, dejando las llaves en la puerta y una nota para el casero:

No volverás a verme el pelo, se acabó el sufrimiento”.


Me odiaba y yo lo sabía. Tampoco lo culpaba por ello, nunca fui de normas y lo mareaba de seguido.
Llegué al aeropuerto y media hora antes del despegue llamé a Ricky para asegurarme de que me vendría a recoger al llegar a Barcelona. Él era una de las pocas personas a las que podía considerar un amigo.

“El avión con destino a Barcelona despegará en breves instantes, id tomando asiento”


Las monótonas palabras de una de las azafatas fueron las últimas que escuché antes de quedarme completamente dormido en el asiento del avión.

Volveré. (Aiteda)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora