II

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Querido diario:

Son las 3:00 de la madrugada ¿Puedes creerlo? Nunca me he desvelado en la noche, y tengo 19 años ya.

El causante de todo esto es esa ave. En serio la odio. Su graznido en la noche me hizo despertar. Sin contar, que no ha parado de perseguirme durante toda una semana.

Ayer le lancé una piedra. No tenía la intención de matarla, solo ahuyentarla, pero no conseguí nada más que un leve aleteo. Me está poniendo de los nervios su molesta presencia.

Solo espero poder retomar el sueño, o tendré que usar kilos de maquillaje para cubrir las bolsas en mis ojos.

Emma dejó el cuaderno sobre su mesilla y se recostó sobre su brazo en la cama. Cerró los ojos, pero solo conseguía detallar al cuervo en su imaginación: las encorvadas garras oscuras, el afilado pico y las plumas negras que cubrían todo su cuerpo, eso y su prominente y juzgante ojo azabache. Se había convertido en una pesadilla.

Abrió sus ojos y lo vio, justo detrás del transparente cristal de su ventanal, observándola. Le dio la espalda, intentando alejar sus pensamientos. Bufó ante la impotencia de sentirse intimidada por una simpleza de pocos centímetros, así que se volteó, decidida a plantarle cara... Pero no estaba.

Emma sonrió victoriosa, había conseguido desacerse del ave y todo lo que tenía que haber hecho desde un principio era ignorarla. Retomó su posición para dormir, en un intento vago de descansar las aproximadamente cuatro horas que le quedaban.

Entonces abrió un ojo, revisando que no hubiese vuelto el cuervo. Efectivamente, no estaba. Un rato después, repitió la acción y tuvo la misma respuesta. Por alguna razón, esperaba que se posara otra vez en esa rama.

La alarma sonó y fue apagada por una somnolienta Emma. Sin darse cuenta, miró hacia el árbol buscando al ave, pero no estaba. 《 Por fin 》, pensó.

Después de su rutina mañanera, metió sus manos por los tirantes del vestido corto de vuelos que había previsto usar. Hannah y Emile, sus nuevas amigas, la estarían esperando en la entrada en quince minutos.

Hannah era despistada e inocente, una bonita combinación en una linda persona. Era rubia, de ojos verdes y esbelta figura. Emile, sin embargo, era todo lo contrario. Era vivaz y llena de astucia, con un corto cabello castaño, del mismo color que sus ojos. Ambas habían sido mejores amigas desde pequeñas, lo cual impresionó a Emma cuando lo supo, debido a las numerosas diferencias entre ambas. Las conoció en la cafetería, cuando Hannah accidentalmente tropezó y derramó su bebida sobre la camisa de Emma. Tras mil disculpas y una tarde de plática incesante, supo que iban a ser sus primeras amigas allí.

Justo a tiempo, Emma abrió la puerta de su casa y le sonrió a las chicas que anteriormente habían llamado a su puerta.

—¿Lista? —preguntó Hannah, a lo que obtuvo como respuesta un asentimiento —Pues vamos, quiero llegar temprano hoy.

Cogió a ambas del brazo y prácticamente las llevó a rastras por el camino.

—¿Por qué las prisas? —soltó Emma, agitada por el apurado paso de la rubia.

—Escuché por los pasillos que un chico nuevo entrará en nuestro curso —les dio una sonrisa pícara.

—Sabes que por ser nuevo no tiene que ser un bombón, ¿cierto? —Hannah volteó los ojos ante las palabras de Emile.

—Creo que lo vi ayer, cuando me quedé a ayudar al bibliotecario en la tarde. Un chico que nunca antes había visto entró a la oficina de la Directora Reyes y salió con un horario en su mano. Si era aquel, es un bombón de chocolate con cubierta de almendras.

Llegaron, después de divagar sobre el misterioso nuevo estudiante, a la entrada del infierno. Hannah buscó con la vista al susodicho, pero eran demasiadas personas que mirar.

—Es imposible, no voy a conseguir verlo— dijo desganada y soltando un suspiro.

—Ya nos enteraremos por ahí— Emma se encogió de hombros —Tampoco es que sea tan importante.

—¡Allí está! —la rubia pegó un brinco, apretando con fuerza el antebrazo de sus amigas.

—¿Dónde? —Emile prestó especial atención.

—Ese —señaló con su dedo índice —A que está como un queso.

—¡Dios! —exclamó Emile, agitando su mano como un abanico.

Y efectivamente, el chico era toda una belleza. Su cabello negro caí sobre su frente de manera alborotada, sus ojos rasgados tenían un color café tan oscuro que parecían casi negros, era alto y su musculatura acompañaba su hermosura a la perfección. Sin dudas, todo un bombón.

Emma se recostó a una pared, hechó su coleta a un lado y disimuló que hablaba por teléfono; su típica forma de llamar la atención de forma sutil. Lo miró únicamente por el rabillo del ojo, luciendo desinteresada.

El chico pasó por su lado. Siquiera la miró, ni de reojo. Emma se sintió invisible por un segundo. Ningún chico la había ignorado jamás, por el contrario, tenía que quitárselos de encima con frecuencia. Camuflageó su indignación y la transformó en un reto personal. Ese chico iba a sufrir la furia de Delton.

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