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En el momento en que la mortificante luz de la mañana cayó sobre mi cabeza cuando salí del auto, una mueca de malestar se me formó en el rostro y sin dudarlo me alcancé los lentes de sol enganchados de los botones de la camisa que llevaba puesta.

No me gustaba salir de casa los sábados; daba por hecho que los fines de semanas enfrentándome a la ensordecedora ciudad de Seúl, era una de las cosas que quería evitar. En efecto, debía evitar.

- Me parece gracioso que sólo se atreva a llamarnos para hacer recados -Taehyung se quejó por lo bajo (aunque lo suficiente alto para hacerme bufar al escucharlo) pero, mirándolo de reojo, no parecía querer acaparar mi atención en sí: sumido en su somnífero ser, mi hermano menor ni siquiera podía mantener los ojos abiertos.

Entrecerrando los míos sacudí la cabeza, aunque supe que él no me vio ni siquiera de reojo, sin embargo, sin dejar que esto me molestase, emprendí el camino hacia la entrada del supermercado, con ambas manos en los bolsillos. No hacía frío, pero la temperatura estaba lo suficiente baja para dar un toque de escalofríos a cualquiera. Por ejemplo, a Taehyung, quien chasqueó la lengua quejándose de cómo se había ido el verano tan deprisa.

Halando un carrito de la pila en la entrada, de color verde y gastado, me adentré en el frío espacio donde la combinación de olores me hizo arrugar la nariz de inmediato, deteniéndome, no sólo para dejar mostrar mi desagrado, sino por los pasos lentos del castaño detrás de mí, que, sabrá Dios cómo, ahora tenía un pirulí en la boca.

En el momento que me miró, dejándome saber el sabor del dulce cuando lo tomó en sus dedos, no hice más que dar un resoplido, invitándolo a formar una mueca casi parecida a la mía, la diferencia era, que Taehyung no soportaba que lo mirasen fijamente.

- Pareces un crío -le dije la verdad, antes de volver a caminar hacia la zona de los lácteos, en el pasillo frente a nosotros.

Mi tono de voz, para cualquier otra persona de mi misma edad, no le hubiese parecido gran cosa, en efecto, se hubiese reído en mi cara por tan hueca frase, que sí llegaba a ser de chiste. Sin embargo, Kim Taehyung, no sólo por ser el menor de la familia, se había sentido mal, así como si le hubiera gritado la cosa más cruel, y se quedó de pie y callado detrás de mí, antes de halarse las esquinas del gorro que llevaba puesto y seguirme con las manos en los bolsillos.

No sabía bien si era yo muy tosco o él muy sensible, pero en situaciones así donde se le subían los tres años que diferenciaban nuestras edades, me daba igual lo que pasase por su cabeza y esto se lo dejé en claro cuando, al alcanzarme delante de un estante, le señalé el carrito detrás de mí. Que ñoño había sido siempre.

- Anda, llévalo tú -dije, entrándole dos cartones de leche al objeto antes de tomar los lentes y ponérmelos sobre de la cabeza. No estaba demás decir que su rostro se había hecho un poema de indignación y molestia, pero consideración a esto no le tuve, otra vez. Más bien, continué con mi camino por el corredor, enfocándome en ubicar los vegetales.

- Si quieres también te limpio el culo -con un tono que, vaya sorpresa, denotaba rabia y un poco de sarcasmo, Taehyung gruñó detrás de mí provocando con sus manos un sonido brusco cuando inició el arrastre del carrito.

Sin embargo, mientras curvaba los labios en una pequeña sonrisa, sin querer mostrar mucho la gracia que su inmadurez me había causado, me giré sutilmente hacia él, deteniendo el paso ya habiendo encontrado el pasillo de las verduras y arqueando ambas cejas, hablé.

- Con las sucias manos que tienes, ¿no crees que sería irónico?

No le di tiempo a que respondiera cuando me ofusqué totalmente en el final del pasillo, donde una muchacha castaña se encontraba ardua y concentradamente limpiando un líquido en el suelo, al cual no le presté mucha atención, con una fregona que parecía que no le ayudaba en nada. Sus movimientos eran bruscos, tal vez enfurecidos y hacían que los mechones que se le colaban por las mejillas, fuera de la cola baja que llevaba, se movieran al compás del aspaviento, que, para no decir mucho, me había hecho sentirme bastante curioso. Porque aquella muchacha se me hacía conocida.

ALCOHOL | KIM SEOK JIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora