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Justamente a las cinco y media de la tarde, la melena oscura y corta de Seo Soojin, o, como ella se hacía llamar, Kim Hyemin, cruzó la puerta del bar con una mirada un tanto cohibida.

A mi parecer, que tuviese la (in)decencia de actuar como si aquella fuera la primera vez que me había visto en su vida fue un acto cómico que despertó a la misma vez un tanto de incomodidad. No había sido porque en lo más profundo de mi perverso soñar se había incentivado la mínima esperanza de que ella fuese quien creía que era, pero, justamente, porque parecía otra persona; con las leggings de un color vino (casi pardo si se veía lejos de la luz) y un suéter blanco, que podría decirse que era tres tallas más de la que debería vestir, cuando se detuvo frente a mi tuve el terco presentimiento que había cambiado de personalidad.

La manera en que sus ojos esquivaron los míos me lo confirmaron.

Pero, ¿para qué negar que aquello me había encantado?

Como si la sonrisa que había formado en las esquinas de mis labios hubiese tenido sonido y vibración propia sus ojos marrones subieron a mi boca provocando que se mostrara un pequeño fruncido entre sus cejas.
- Buenas tardes, Seok -sólo así se atrevió a hablarme. Valga la redundancia de que hablarme parecía serle de lo más difícil debido a lo cerca que me encontraba sumándole al paso que di en dirección a su cuerpo, cuyos pies no dudaron en hacer distancia y cuyos labios se apretaron contra sí. Sin embargo, como si de un plan perfectamente pensado tratara (y cómo podría negar que así era), su atención fue rápidamente dirigida hacia el portafolio extendido que había puesto sobre la mesa del bar. Y, aunque hubiese querido decir que su propósito no era más que educarla en mi proyecto, el gesto de pura confusión me pareció de lo más entretenido a la ves que estuve tentado a dejarla hacerse de sus propias ideas.

En aquel maletín se encontraban, en una increíble variación, una cantidad de cuerdas, látigos, correas y grilletes con el mismo material de cuero oscuro exceptuando las sogas. Para ser honesto, si se le hubiese ocurrido reaccionar de otra manera, yo mismo me hubiese ofuscado en terror. Sin embargo, era aquella respuesta la que con tanta impaciencia busqué cuando me hallé rebuscando entre mi caja segura la noche anterior. Sólo para ella.

- ¿Esto...?

No pude contener una risa gutural cual intenté disimular dándole la espalda para dignarme a observar el equipamiento por mi mismo. Sabía que podría tomarle varios segundos en comprender con totalidad el por qué de la exhibición y, aún más, esperaba un poco ansioso que se retuviera al mismo; era de imaginarse que aquello no fuera a parecerle una buena idea y mucho menos me hallaba esperando que se rindiera sin reprochar a mis planes, cuya descripción pasaba de perversa.

- Si piensas que te estoy poniendo a prueba, estás en lo correcto -aún así, me digné a incentivar su ofuscación sin detenerme a pensar si estaba siendo demasiado directo o, tal vez, transparente en demasía. Pero es que no tenía porqué querer ocultarle mis verdaderas intenciones: en efecto, quería dejarle en máxima claridad que mi plan no era hacerle la entrada fácil (y mucho menos la salida)-. Quiero ver qué tanto puedes soportar.

A pesar de que esperé que no hubiera respuesta a mis palabras, el silencio que me prestó me pareció más pesado de lo que me había prometido; estuve casi seguro que se había echado a correr sin cavilar, ya que su presencia (de por sí débil) no la sentí detrás mío en los segundos —por poco minutos— en los que mantuve mi mirada fija en la mesa del bar. Con mi dedo índice delineé el cuero del maletín y casi como si estuviese conectado con mi poco autocontrol, al llegar a la esquina del mismo, me pareció inútil soportarle su miedo pese a habérmelo esperado y, que este me gustara de manera corrupta.

Iba a saber yo, sin embargo, que todo el aire que había acumulado para reírme en su cara de su poca voluntad a comprometerse se hallaría saliendo de mi en un jadeo sorpresivo cuando su figura aterrizó junto a la mía como una presa astuta que se esforzaba en no llamar la atención de su cazador; no obstante, en cuanto tomó entre sus manos la cuerda más gruesa, de tonalidad carmesí y pude distinguir en su mirada una curiosidad genuina mi atención no fue lo único que llamó a sí. Echándome casi por reflejo hacia atrás logré aterrizar colocando mi palma sobre la mesa sintiéndome (estupida) de inmediato cuando sus ojos, aún reflejando aquella curiosidad, subieron a los míos con ímpetu como si, de alguna manera, me estuviese probando ella a mi.

ALCOHOL | KIM SEOK JIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora