POV. Aren Dahl
La batalla había terminado, pero llevaría conmigo a las personas que considerará conveniente, y de utilidad. Claro además de todas las cosas que se me apetecían.
— ¿Estás diciendo que llevarás a una criada como esta? — Voltee a ver a la andrajosa que olía peor que el chiquero de los cerdos.
— Mi señor, sé que usted ha tenido piedad de un pueblo que ha atentado en tu contra más sin embargo no todos son como tú el anterior dueño del castillo, le daba un trato peor que a las bestias. Pero su único pecado es ser extranjera, además ella no recuerda nada de su vida anterior. — Voltee a ver a la muchacha, ni siquiera había brillo en sus ojos, estaba seguro que ya no tenían vida.
— Oye, ¿Aun quieres vivir? — La chica ni si quiera reaccionaba.
— Déjala mujer, ella no tiene ningún futuro. — Dije suspirando.
— Quiero llevarte al Castillo Haugen como una muestra de mi gratitud por cuanto cuidaste de mi cuando era pequeño Emma, te concederé un deseo, pero no creo que ella sobreviva al camino, y no creo que los hombres la deseen para apaciguar sus deseos. — La vi de reojo nuevamente.
— Si quieres puedes quedarte y morir aquí, pero si lo deseas síguenos. — Dije para ambas y la vieja Emma se acercó a ella sin incomodidad, la ayudo a levantarse y caminar. A un ritmo lo suficientemente rápido como para seguirnos de cerca con el resto de servidumbre que ahora se dirigía a mi castillo.
Más los cientos de trofeos que me había llevado, el ganado, joyas y un poco de lujos que aunque para mi eran innecesarios adornarían mi castillo, ropas de lino y seda, las mujeres para apaciguar a los hombres. Voltee a ver la fila del ejército, al final en las últimas filas venían caminando Emma y la horrible criatura desdichada a su lado. Di orden para que apuraran el paso, a este ritmo llegaríamos en más de 4 días.
A pesar de apurar el paso, no murió nadie en el camino, pero a lo lejos venían aun caminando Emma y la criada. Me llené de ira porque hubiera preferido que muriera a tener que lidiar con una carga.
— Haz que se apuren, Igor. — Dije a uno de los segundo al mando un capitán del uno de mis mejores ejércitos y este atendió la orden. Al entrar al pueblo la gente nos recibió con júbilo y alegría sabían que su señor no los dejaría desamparados. Al entrar a la majestuosidad del castillo observe a Astrid una de mis favoritas.
— Haz a la servidumbre lavarse y que sepan que hacer para la cena, también que me preparen un baño. — Llame a uno de mis escuderos de confianza.
— ¡Balder! Que den de comer a los caballos y mañana celebraremos, los hombres que descansen por ahora. — Este asintió y se propuso a dar órdenes. Yo mientras tanto me apure a mi lecho, me deshice de la armadura y de la ropa claramente sucia en mi cuerpo.
Cuando termine baje a la cena todos estaban cansados, pero seguramente felices al menos habían vuelto a su hogar, comencé a cenar con poca paciencia el cansancio me estaba matando, Igor llegó a sentarse a mi mesa.
— Emma ¿Esta Bien? ¿La vieja? — Pregunte más Directo y este asintió.
— Pero no querían dejar entrar a la criada, olía muy mal a orines y Astrid me pidió que la fuera a dejar a un lado del camino, no quería lidiar con alguien como ella. — Asentí con el ceño fruncido.
— Espero por tu bien que no hayas desobedecido, le dije que nos siguiera si podía, le ofrecí trabajo, y sabes que cumplo con mi palabra. — Dije tragando el pan y la sopa con la perdiz.
— No Señor, creo que está bañándose a esta hora cerca de los establos. — Asentí. Cuando Astrid pasaba cerca me ofreció comida de la bandeja que esta llevaba. — ¿Se le antoja algo mi señor? — Dijo en un doble sentido. Negué aburrido, de verdad no deseaba nada luego de esos meses de conquista.
— No Astrid, haz que la chica que vino junto a Emma la otra sirvienta se bañe bien, y denle vestidura. —
— ¿Hay algo por lo que tenga que preocuparme mi Señor? — Dijo entrometiéndose nuevamente en lo que no debe.
— Haz lo que te ordeno solamente Astrid, no tientes mi paciencia. — Esta Asintió y salió hacia la cocina. Cuando termine, me acerque a las criadas en la cocina.
— ¿Te dijeron dónde te quedarías? — Le pregunte a Emma y esta Asintió sonriente, enmarcando esas arrugas alrededor de su boca, con su cabello rubio casi cenizo atado en una trenza.
— Así es, estoy agradecida. —Se inclinó. — La chica está bañándose también te está agradecida. —
— No sé su nombre ¿Cuál es? — Pregunte casi sin interés.
— No tiene ninguno que yo sepa mi Señor. — Asentí.
— Ponle Kaira, creo que su nombre la hará justicia, no ha hablado ni hecho nada desde que vino supongo, pero la comida tendrá que ganársela. — Ella Asintió con rapidez. Me encamine nuevamente al castillo, hacia mi recámara exactamente, debería si quiera reconciliar el sueño en mis dominios.
POV. Kaira.
El olor al jabón de lejía era tan intenso que sabía que me causaría alguna irritación, en el establo donde solo me cubrían unas cuantas maderas y la luz de una vela era mi solitaria acompañante, voltee a ver en la dirección que se abría el establo, era Emma. Le sonreí y ella a mí también.
— Vengo a lavarte el cabello niña. — Asentí. El olor del jabón era lo suficientemente fuerte como para combatir, la peste nauseabunda que me rodeaba. — ¿Hace cuánto no te dejaban darte un baño, Kaira? — La voltee a ver interrogante, más ella respondió. — El Señor del castillo te puso ese nombre. — Asentí no muy convencida.
— Hace meses, poco después que llegar al pueblo anterior. — La mire perdida. Ni si quiera tenía ganas de llorar, la situación ya no dolía me era indiferente.
—El señor del castillo tenía razón, yo no tengo ningún futuro, Emma. —
— Aún hay futuro para nosotras, Pequeña. Más aun para una joven como tú. Eres hermosa, bien podrías desposar a algún lacayo, e incluso me atrevería a decir que algún caballero, es una suerte que nadie te halla notado hasta ahora, porque si no estoy segura que te habrían tomado por tu exótica belleza. —
— Pues no creo que funcione mucho tiempo, mañana cuando vean el color de mi cabello, quizás quieran quemarme, Emma. — Negué sin una pizca de esperanza. No sabía quién era, no estaba nada segura de merecer todo lo que se me acontecía a mí.
— Ya verás como todo mejora. Ya pensé en tu cabello, para que nadie lo note, vamos a cubrirlo con eso. — Me mostró una larga manta, no había pensado en eso.
Quizás si podría tener una estancia tranquila por aquí. Cuando había terminado de asearme, me acerque a Emma quien me ayudo a ponerme los harapos de la servidumbre, un vestido totalmente mal hecho, que se me ceñía al cuerpo aun sin corsé, y luego de eso, amarro bien la manta a mi cabeza, sonreí instintivamente, tal vez, pueda vivir en paz aquí. Pero la esperanza que tenía desapareció como fuerte latigazo llegando a mi memoria, cuando la puerta del establo abrió.
— Que lentas. Ustedes fueron las últimas, dejen de holgazanear. Aún hay mucho que hacer, y mañana habrá celebración. Mientras tanto limpien bien los establos, y tú. — Me apuntó a mí. — Asegúrate de no apestar el resto del castillo. — Me observo de reojo nuevamente.
— Y evita acercarte al señor del castillo, no necesitas causarle molestias a su presencia, la vieja te dirá dónde dormir. — Me señalo a Emma. Yo solamente asentí. — Y deberías bajar la cabeza cuando te habló, aquí yo soy la autoridad. — Me mordí la lengua para no contestarle como se debía. — Mi nombre es Astrid. — Y salió del establo azotando una puerta tras de sí.
Yo me acerque a recoger las cubetas de agua que me habían servido para bañarme y me puse a limpiar los establos, además de otras tareas, al parecer el lacayo que limpiaba el establo, estaba rendido. Luego cuando se daba la media noche fui a dormir con el resto de mujeres, o bueno cinco de ellas, además de Emma. Por suerte nuestra habitación no estaba lejos del castillo.
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El Señor del Castillo Haugen: Aren Dahl. ©
Short StoryAren Dahl Señor del Castillo de Haugen... Temible, y de muy mal Caracter. Kaira. Criada y Sirviente. Le gusta Reir y sonreir en momentos poco adecuados. Caracteres chocantes, situaciones incomodas, comprometedoras, guardar la compostura, hacer tu...