Cap 2: ¿Se puede saber de que te ríes?

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POV. Kaira.

A la mañana siguiente había sido la primera en despertar, hice mi cama y amarré bien la manta en mi cabello y me dispuse a ir a tomar mi desayuno, miserable pan duro, y un revoltijo de sobras que no sabía en sí lo que era. Al menos aquí me permitían una miseria. Comí con gusto. Y espere instrucciones de Astrid, ella estaba a cargo de la servidumbre del castillo además de ahora también Emma, y otra señora mayor Jaqueline.

Astrid, le hacía honor a su nombre, cabello dorado, ojos azules, piel blanca y tersa a pesar de ser una sirvienta, muy hermosa, al igual que el resto casi en realidad, aunque obviamente carecían de cierta gracia.

Todos eran rubios, y ojos Azules o verdes si tenían suerte, tenían un aspecto muy hermoso en sí, y a pesar que cualquiera pensaría que eran miserables, parecían muy felices haciendo lo que tenían que hacer. Cuando fui a ver el establo, un chico de unos 18 o 19 inviernos, estaba dando de comer a los caballos. Volteo a verme.

— Tú limpiaste ayer ¿Verdad? — Me pregunto directamente y yo asentí. — Gracias, has hecho un buen trabajo. ¿Tu nombre? — Me pregunto.

— Kaira. — Abrió los ojos y sonrío.

— Me llamo Jensen. — Dijo sin más, y yo me aleje de ahí, al parecer aun nadie notaba mi cabello, fui a ver a Emma.

— ¿Que haré yo? — Le pregunte con la mirada gacha ella me sonrió.

— Puedes coser así que quédate cerca, puedes comenzar a hacer unos cuantos vestidos para la servidumbre, luego solo puedes reparar estos. — Dijo apuntándome una caja, el resto de criadas, me ignoraban por completo y lo prefería.

Hacía mi trabajo a un ritmo mucho más rápido que las otras, y luego que había terminado voltee a ver a Emma. Todas las criadas seguían ensimismadas en su trabajo sobre las mesas de madera, y cada quien trabajaba en su propia rueca.

— Puedes ir a traer un poco de Carmín y Rubia, con unas cuantas hojas para teñir las prendas del señor del castillo. — Había notado que "Sin querer" el resto de criadas no dejaban de ver las ropas que había hecho para el señor, mi puntada era más pequeña y por lo tanto la ropa se veía de una mejor calidad, todo esos años encerrada en el castillo de la perdición no habían sido en vano, cuando me propuse a hacer algo.

Asentí, y tome una canasta en dirección al cuarto de especias que estaba supongo seguramente cerca de la cocina, apure mi paso cuando sentí las miradas que algunos soldados, me ofrecían más sin embargo no detuve mi paso al llegar a la cocina, la servidumbre me vio extrañada.

— Emma me ha enviado por un poco de carmín y Rubia. — Dije a la Señora Jaqueline. Esta asintió y me señalo el cuarto de especias. Había sacos ya abiertos y otros por abrir.

— Llévate esos Dos. — Me señalo los dos sacos, me sentí tonta por haber traído, una simple canasta.

— Gracias. — Dije Subiéndolos a mi Espalda ambos. La canasta la deje ahí, ya regresaría por ella. Al abrir la puerta fuera de la cocina, choque con alguien y caí al suelo, es una suerte que la manta en mi cabeza no haya caído y los sacos no se hubieran roto. Voltee a ver al culpable de mi frustración. Era el dueño del castillo, y el soldado de ayer, que me hizo apurar el paso. El soldado se acercó a ayudarme a levantarme, y el señor del castillo recogió los sacos.

— Gracias. — Dije agachando la cabeza, y volviendo por los sacos.

— ¿Eres de los nuevos criados? No te había visto por aquí. — Habló el soldado. — ¿Tu nombre? — Me pregunto.

— Kaira. — Dije subiendo ambos sacos a mi espalda.

— ¿Venías con Emma? — Escuche la voz ronca del Señor del castillo, era imponente. Recordé el consejo que me dio Emma, "Actúa sumisa frente a él, es un hombre bueno con un mal carácter. No quieres que te mande a azotar por una pequeña ofensa, o te envié para la diversión de sus soldados. Créeme lo conozco."

— Si Mi Señor. — Dije y quería salir lo más rápido posible de ahí, antes que Astrid me viera Hablando con él. — Con su permiso. — Él me paró.

— Mírame a los ojos. — Voltee a verlo, sus ojos eran verdes con una mezcla de azul, podría ser una buena combinación para unos manteles o vestidos. Sonreí por mis pensamientos, pero al Señor no le había hecho gracia. Porque me fulminaba con la mirada.

— ¿Se puede saber de qué te ríes? — Estaba perdida, no quería inventar una excusa, mi tonta cabeza no lo permitiría.

— El color de sus ojos haría una buena combinación para algunos vestidos o manteles. — Dije agachando la mirada. Este suavizo la suya. Y el soldado a su lado soltó una carcajada. — ¿Puedo retirarme, Señor? — Pregunte un poco asustada. Este alzo su mirada nuevamente. Y enarco una ceja.

— Ve a hacer lo que tengas que hacer. — Asentí y apure mi paso. — Quiero ver mis ropas con ese color del que hablabas. — Dijo lo suficientemente fuerte como para que yo lo escuchara. Me había metido en un buen lío.

Llegué a la sala donde trabajábamos las telas, y puso los sacos en una mesa, creo que vio mi cara de aflicción.

— ¿Que pasó Viste un Espíritu? — Reí un poco.

— Casi, ¿Sabes si puedo mezclar el azul con el Verde? — Pregunte ella frunció el entrecejo.

— La última vez que lo intentaste quedo un horrible y fuerte color que a nadie gusto. — Dijo reprochándome.

— Emma, confía en mi podré hacerlo. — Dije saliendo por la puerta en busca de aquellos caracoles que había probado alguna vez, darían el color característicos para las ropas del Señor.

— ¿Qué haces ahora? — Me pregunto el soldado que anteriormente estaba con el señor.

— Buscando un colorante para la tela. — Dije buscando en el huerto algún bicho de estos que se arrastran y poniéndolos en una vasija.

— Mi nombre es Igor. — Dijo Y yo Asentí.

— Es un honor. — Dije sin apartar la vista de mi objetivo.

— Claro que sí, ¿De dónde eres? — Pregunto.

— ¿Preguntas tu o el señor del castillo? —

— No veo a Aren por Aquí. — Dijo y esta vez pude sentir la molestia en su voz.

— No sé de donde Soy. No recuerdo nada. — Admití.

— Que conveniente. — Dijo sin quitarme la mirada de encima.

— ¿Esta insinuando algo, amable Señor? — Dije levantándome con el suficiente colorante en la vasija. Y caminando a mi puesto de trabajo.

— Nada que me apetezca. — Dijo aun sin quitarme los ojos de encima. — ¿Te gustaría trabajar como prostituta? — Pregunto directamente y yo detuve mi paso.

— ¿Para quién? ¿Tuya? ¿O de todos? — Pregunte curiosa.

— Mía. Claro que si a los demás se les antoja tendrás que atribuirles sus servicios. — Dijo con un tono arrogante con el cual me hubiera gustado atravesarle el corazón con su propia espada.

— No, no me gustaría. — Admití. — No tengo la gracia que las acompañantes necesitan. Además de que podría propagar alguna enfermedad ¿No crees? ¿Sabes cuantos hombres me usaron antes?— La respuesta a lo último era ninguno, pero mientras más asco me tuvieran más alejados de mí se mantendrían los hombres. Su rostro se descompuso y yo seguí mi camino tranquila, hacía mi puesto de trabajo.

El Señor del Castillo Haugen: Aren Dahl. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora