Dos letras: Él...

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Él era único. Él era espléndido, el ser más maravilloso que pudiera existir.

A su corta edad ya podía asimilar que hombre como él, no volvería a existir, por lo que en cualquier oportunidad que tuviera para cruzar palabras o tan sólo perderse en su oscura mirada, era más que suficiente para tenerla saltando todo el día de la emoción y ansiedad que provocaba aquel ser alto en su persona.

Cada vez que veía salir a su padre con aquella gabacha nívea puesta, literalmente se le pegaba con la excusa de que quería acompañarlo al trabajo y verlo ejercer su oficio. Su voz melodiosa y energía clásica de un infante, sumado a que su padre era su único punto de apoyo desde la muerte de su madre, casi ponía al monstruo mayor contra la pared, consintiéndola demasiado.

Si el polvo de su madre hablara, a lo mejor la llamaría manipuladora, pero como no lo hace, no importa. Solamente debía quedarse como adorno en la sala de estar y tratar de transmitir la misma sensación que provocaba al estar con vida. Claro, aquella calidez sólo la buscaba su padre. Ella ya tenía otro punto a donde captar su atención.

Él era inteligente. Él era intuitivo. Él lo podía hacer todo.

Jalaba a su padre de las mangas arrastrándole al laboratorio, el monstruo verdoso apenas y podía saludar a sus vecinos. Como a aquella almeja amigable que siempre que veía a la niña la detenía, le daba dulces y le mimaba. No estaba segura, pero parece que aquel monstruo había perdido a su hija y pareja el mismo día, y veía en la hija de su vecino, el rostro de su niño fallecido, no era algo alentador, a decir verdad, pero la pequeña no parecía tener ningún problema. Por lo cual, terminaba dándole una atención de lo más especial.

Incluso la más joven, llegó a tenerle un gran vínculo con ese monstruo almeja. Era muy animado y siempre tenía algo que darle. A ella le agradaba.

¡No podía creer lo mucho que su padre podía hacerlo esperar a él! ¡Era inaudito!

Amaba a su padre... ¡pero a veces era casi tan lento como un caracol! Incluso podía asegurar que los caracoles de Waterfall eran más rápidos que su padre, es que se tomaba con tanta delicadeza los reactivos y anotaciones que casi se echaba todo el día para llevar un par de datos hacia el científico real.

Suspiro, él no había pasado a ver los progresos de su padre. Por lo que no le había visto.

Apoyo su barbilla en su manos y movió sus piernas inquietas. Sino podía escuchar los complicados términos (que ni en broma entendía, pero que igual manera se ponía a escuchar atentamente) o verlo moverse alrededor de todo el laboratorio, revisando con sus múltiples manos que todo estuviera en orden, entonces la estancia en el laboratorio era aburrida.

Y como si sus suspiros fueran escuchados, logró captar el blanquecino color de su cabeza cruzar por la ventana que llevaba al laboratorio. Tan único como solamente él podía ser. No dudo en saltar de la silla giratoria en la cual había estado dando vueltas para abrir la puerta antes de que él colocara sus manos en el pasamanos. La paciencia había valido la pena.

Abrió puerta justo a tiempo y mostró las perlas de sus dientes como solía llamarlas el monstruo almeja con cariño. Lo vio sonreír y el corazón casi le exploto por taquicardia.

Él le había sonreído.

Sabía que su presencia ya no era un secreto y algunas veces tenía la oportunidad de hablar con algunos pacientes. Como aquel monstruo niño con suéter a rayas, grandes ojos y carente de brazos, pero que aquello no le impedía divertirse como si su condición fuese nada.

LETRA A LETRA (Undertale)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora