Epílogo

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Epílogo

Cerró su maleta una vez guardó todo que se iba a llevar. Esta vez no era igual como cuando se iba de vacaciones a casa de su padre, donde llevaba solo una mochila con sus cosas, esta vez eran dos maletas bien grandes, una con sus cosas y otra con sus libros.

¿Habría tomado una decisión apresurada?

A penas le dijo a su madre que aceptaría irse con su padre —con todo el dolor que sabía, eso le causó—, hablaron con él, y dos semanas después ya estaba todo listo, se había dado de baja de la escuela y la responsabilidad de su custodia —la que era compartida por sus padres— pasó totalmente a manos de su papá.

Ya no había marcha atrás. La esperaba otra ciudad, otra vida, otro instituto —a mediados de año—, gente nueva, cosas que no conocía y eso la asustaba un poco. Cerró los ojos repitiéndose una y otra vez que estaba haciendo lo correcto, tenía que dejar de querer a Dante de esa manera, por su bien y por el de él.

Dante se había dado cuenta de sus sentimientos —no es como si ese día en el estacionamiento hubiese hecho mucho para ocultarlos—, aunque no le había dicho nada al respecto ella lo sabía, la expresión del chico cuando hablaron al día siguiente de su graduación, la forma condescendiente en la que le hablaba y la falta de contacto que se obligó a tener con ella lo delataba. El chico de los anteojos estaba incómodo, mortificado por sus sentimientos y ver lástima en su mirada era lo último que quería. Tenía que irse y liberarlos a ambos de esa incomodidad.

Dio un suspiro y arrastró la pesada maleta hasta la puerta, antes de salir se quedó mirando el enorme oso que reposaba a un lado de la ventana, no pudo evitar caminar hasta él y acariciar sus orejas, los ojos le picaron y las lágrimas se acumularon, los cerró fuertemente negándose a llorar más, ya había sido suficiente. Se giró y salió de su habitación.

—Yo me hago cargo de eso —Hans la esperaba afuera de su habitación y tomó la maleta de sus manos, su padrastro le había  preguntado muchas veces si estaba segura de la decisión que estaba tomando y cuando se dio cuenta que irse era lo que realmente quería —lo que necesitaba—, dejó en claro que él siempre la apoyaría—. Ve a despedirte —dijo señalando la habitación de Damián.

Reconocía que en el momento que decidió irse, por su mente no pasó su pequeño hermano, Damián estaba enojado con  ella, cuando le dijo que pasaría tiempo en casa de su padre el pequeño niño pensó que sería por el fin de semana como era siempre en época de escuela, pero cuando dijo que sería de forma indefinida no lo aceptó, le gritó que no podía irse y dejarlo solo. Damián ya no iba a su cuarto por las noches, ni robaba sus dulces, mucho menos dejaba dibujos para ella entre sus cuadernos. Echaría de menos a todos, pero a su hermano de verdad lo extrañaría. Tocó la puerta de su habitación pero no recibió respuesta, entró de todas formas, Damián estaba pintado sobre su escritorio, avanzó hacia él y se sentó a su lado para mirar qué dibujaba.

—¿Ya te vas? —la sorprendió el tono frío de su voz, algo que jamás había visto en él y mucho menos esperado de un niño de seis años.

—Mi papá me espera abajo.

—Promete que siempre seré tu hermano favorito, aun cuando tu papá tenga otros hijos —Lara sonrió, su hermano era un pequeño celoso.

—¿Y si mamá tiene más hijos?

—Todavía tengo que ser el favorito.

—Lo prometo, siempre que yo también sea tu hermana favorita —Damián asintió y saltó a sus brazos. Ese pequeño era cálido de abrazar, como un peluche, así que cada vez —cosa que no era común— que se dejaba abrazar tenía que aprovechar.

El primer amor de Lara Donde viven las historias. Descúbrelo ahora