JOSHUA

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Si vis pacem para bellum. 

Si quieres la paz prepárate para la guerra.

             

              El sonido de las balas retruena ante el silencio impoluto, los cartuchos caen en las trincheras como una desgraciada lluvia de hierro y plomo que baña a los soldados presos de la adrenalina del momento, demasiado perturbados ya para recordar el porqué luchan, como si lo hubieran sabido de todas formas en algún momento.

El invierno amenaza con acabar con la poca cordura de aquellos que luchan entre el olor a muerte, sangre y carne en descomposición y sin embargo me mantengo aferrado a la realidad, usando su recuerdo como ancla; ella inocente, tierna, inmaculada, tal como lo fuera yo en un pasado distante, antes de perder la inocencia entre balas de ametralladoras y partes de cuerpos desmembrados esperando en tierra de nadie la noche o un alto al fuego para ser rescatados, curados o en el peor de los casos simplemente olvidados. 15 días cuento, 15 días cumplidos para ser relevado, para abandonar la línea del frente, 15 días para dejar la miseria aunque sea por un tiempo, lo suficiente para recuperar el sueño que hace estragos en mi mente, la noche cae, fría, serena, como el fantasma de muerte en el aire, el murmullo de la vigilia es interrumpido por un grito de alerta, fuerte, y sin dudas:

-¡Escaramuza!- Grita el capitán con desespero- ¡Muevanse carajo!, nos han infiltrado, protejan el fuerte, provisiones al fondo, !que ninguna maldita carta salga de aquí o lo pagarán con sus estúpidas vidas!- la trinchera empieza a enloquecer buscando al desgraciado que ha decidido meterse en esta pocilga, el capitán ve soldados al servicio, yo solo veo chiquillos asustados, poco más que ratas en una caja. Protege a tu patria, protege a tu nación, no olvides que a tu nación le importa un carajo que pase con tu trasero polvoroso y honor antes que vida, como si hubiera honor alguno al cegar vidas.

Me dirijo con mis desesperados compañeros en busca del idiota que ha interrumpido nuestra calma, mi oído se activa y escucho caer los frascos de las deficientes medicinas sobre el tablón de madera, sé en ese momento que he obtenido el premio gordo de la noche, sigo sus pasos desenvainando la pequeña navaja dorada de dotación, y apenas la sombra avanza colocó la hoja de frío metal donde su carótida vibra con pulso, un recordatorio de vida, un anuncio de muerte. El pequeño crío de no más de 16 tirita ante el filo de mi navaja y no logro identificar si lo hace por frío o miedo. Sus ojos azules me miran suplicando piedad, al igual que todos los hombres a los que les he cegado la vida y aunque se esfuerza por hacerse entender en un basto alemán su mísero rostro no muestra más que una cruel realidad, es su vida o la mía y ahora mismo la caridad está sobrevalorada, una lagrima abandona los ojos del chiquillo y algo parecido a la culpa remueve mis entrañas, culpa que se hace lo suficientemente larga para permitirme un descuido, en el que su compañero de artimaña se acerca por detrás y entierra con fuerza su cuchillo en mi espalda, lacerando de esquina a esquina más que mis músculos, en respuesta rebano el cuello del crío y aunque caigo bañado en sangre en alguna especie de espectáculo grotesco pierdo la conciencia en algún punto, quedando los dos en un mismo charco de líquido rojo, donde las diferencias se hacen invisibles, la misma sangre, el mismo dolor.

El delirio se hace presente, trayendo su rostro en mi ensoñación, sus pequeños labios rosa gritando mi nombre, el cabello negro salvaje y las pecas de sus mejillas haciéndose presentes en una sonrisa, sólo para mí, como un regalo antes de la muerte final, sin embargo, justo cuando espero dejarla para siempre libre del pecado de desearla siendo mi sangre, mi sobrina y no más que una niña, me trae de vuelta para recordarme que incluso ante mis pecados, Annabella, mi musa, mi gloria, ella y solo ella, sigue siendo mi ángel.

VERITAS TEMPORIS (la verdad es hija del tiempo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora