Capítulo 95

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¿Cuáles serían los preparativos de George? ¿Llevaría todo, inclusive el pijama nuevo que le había dado el padre de Trennes, y el decolorante que doraría un nuevo mechón? Para no atraer la atención de Lucien, decidió simular que volvería al año siguiente. Lejos, al lado de la cama que ahora George conocía, Alexandre seguramente se decía, al guardar en su baúl tal o cual objeto: "Cuando parta con George, pondré esto en mi bolso y esto no?".

El último estudio del año se abrió con el rezo del rosario. El celador enunció los misterios de cada decena, después designó, fila por fila, al alumno que comenzaba la oración a la cual todos respondían. George fue gratificado con uno de los misterios gloriosos. Le debían, por cierto, este honor a un alumno que se destacaba en los senderos de la mortificación- un alumno por cuya causa la imagen de padre de Trennes había acompañado, en otras circunstancias, una lectura relativa a los misterios dolorosos del rosario.

Enseguida, George contempló sus libros. Naturalmente, los dejaba. En la carta que escribiría a Lucien antes de su fuga, le diría que se los regalaba. De sus deberse, guardaría únicamente el que hizo sólo para sí mismo: el segundo "Retrato de un amigo".

Al ver su Virgilio, recordó cuanto de conmovedor había leído en esa obra, pese al despecho que le causó el fin de Alexis. Allí había desplegado la primera esquela de Alexandre. Pensó en los pronósticos virgilianos, los cuales el Tato había glosado recientemente a propósito de la versión extraída de la Eneida. Se le ocurrió preguntarle en ese día lo que el porvenir le reservaba. Abrió el libro al azar; el título de la página le mostró que estaba todavía en las Églogas -Égloga V. Creyó que el destino debía leerse arriba a la izquierda.

Extinctum Nymphae crudeli / fúnebre Daphnim, Flebant...

Se detuvo y miró los dos primeros versos a la derecha, que tradujo así:
"A menudo, la cizaña y las hierbas estériles dominan en los surcos a los cuales hemos confiado la hermosa cebada".

Cierto es que al morir Dafnis se convertiría en DIOS, y ya pensaban en fiestas a su memoria. Terminaba peor, pero más honorablemente que Alexis.

Las virgilianas eran comparables a los oráculos de la Sibila de Panzoust. Las ninfas y el sembrador de cebada podrían llorar cuando se les antojara. Para George y Alexandre, no se trataba de muerte ni de malas cosechas. Las buenas "siembras" ya no eran las del alma, metáforas de la elocuencia del superior, sino las que habían suministrado el tema del mejor deber de francés redactado por Alexandre; y la muerte de Dafnis no valía "la muerte de Héctor", composición con la que obtuvo su mejor nota. Alexandre y George abandonaban esta casa para vivir y no para morir. El mismo dios los protegía, dios de Tespis y del universo, dios más verdadero que Virgilio

En ese momento, el padre Lauzon abrió la puerta e hizo a George señal de seguirlo. Desde la tarde en que su primer penitente, como lo calificó, solicitó verlo, no se había tomado tanta molestia. ¿Qué anunciaba el fru-frú de la sotana en la escalera? ¿Quizá, George se enteraría de que el premio de instrucción religiosa le era otorgado? No se inquietó, seguro de que en adelante nada podían contra Alexandre y él. Sin embargo, cuando al llegar al cuarto, observó la cara de su huésped, sintió cierto malestar.

-George -le dijo el padre, quien por primera vez lo llamaba por su nombre- usted sabe de antemano de quien le hablaré. Necesito no solamente sus oraciones, sino sus actos. Una voluntad satánica anima al chiquillo. Según su fórmula, que de ser cierta sería una blasfemia, se abstiene de comulgar, para darme el gusto y rehúsa confesarse para no dármelo. ¡Jamás se había visto en un ser tan joven semejante impudor! ¿Qué es la pureza sin la humanidad? ¡El orgullo bastó para perder a los ángeles! ¡Vaya con el ángel del colegio!.
Deploraba que hiciera lo contrario de usted; y nunca habría sospechado las razones de sus resistencia, que por fin reveló. Sí, George, voy a asombrarlo: lo sostiene la persuasión de que sus sentimientos respecto de él no han cambiado. En la conversación que tuve con él esta mañana y en la cual lo maltraté algo, tuvo el descaro de pretender que usted se reuniría con él en el verano, según promesas que usted acaba de hacerle por escrito. Confió ahora demasiado en usted para dar fe a sus palabras, en lo que concierne al porvenir, tanto como al presente, pero quiero mostrarle a él, de manera incuestionable, que el pasado ha muerto entre ustedes dos. Es una obra necesaria, con objeto de impedir una chiquillada de su parte. Y esta obra sólo se cumplirá si puedo devolverle, en su nombre, todas las esquelas y todas las cartas que usted tiene de él.

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