Capítulo 5

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GRACIAS por vuestra comprensión, por vuestro apoyo, por creer mucho más en mí de lo que yo lo hago, pero sobre todo, gracias por hacerme volar. ¡Os adoro!

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La melodía del móvil invade todo mi apartamento. Me despierto sobresaltada incorporándome y mirando a todos lados. ¿Qué pasa? ¿Qué es eso? ¿Qué hora es?

El dolor de cabeza que golpea constantemente a mi cerebro, hace que busque mi teléfono de forma desesperada. ¿Dónde diablos está? ¡Qué deje de sonar, por Dios! Por fin doy con él en uno de los barridos que hago con mis manos sobre las sábanas de la cama y descuelgo sin mirar.

­—Espe, el abuelo de Clara se ha puesto malo, está en el hospital —dice la voz de Javi precipitadamente.

No hace falta que me diga nada más. Mi parte fría toma el control. Es de la parte que más me enorgullezco. Me hace reaccionar con rapidez y eficiencia. No hay drama ni histeria, no doy vueltas tontas, ni siquiera lloro cuando esta parte está al mando, da igual lo que haya pasado o esté por pasar, mantengo el control y simplemente me pongo en "piloto automático" y no pierdo el tiempo, hago todo a la primera y correctamente... Tiene gracia, bueno, realmente no la tiene, pero es lo que se suele decir, ¿no? De acuerdo, es mejor decir: "es curioso"...

Está bien, es curioso, cuando primero mi abuela enfermó y después, al año murió, yo nunca actué de la forma en la que todos lo harían. En esos primeros momentos en los que debí reaccionar de algún modo, principalmente llorando, yo sólo fui capaz de actuar con la cabeza fría. Hasta que no me senté, a las horas de ocurrir todo, no fui capaz de desahogarme. Me sentí culpable. ¿A quién se le congelan las lágrimas en un momento tan doloroso? A mí. No obstante, no creáis que no soy humana, después exploto como una bomba y lloro sin control y eternamente. Ese es mi modo de afrontar las cosas.

Creo que me he vestido y he salido de casa en tiempo record. Ahora pedaleo en mi bici lo más rápido que puedo, dos calles y estaré en el hospital. Os estoy leyendo la mente. No, no voy a mi hospital, yo trabajo en un privado y me dirijo al público. Y sí, voy en bici. Iba a coger el autobús pero al final he preferido la bici. Estoy casi segura de que llegaré antes con mi bici y además, no creo que tenga la suficiente paciencia como para esperar sentada hasta llegar a mi destino. Y por si alguna cabecita lectora se lo pregunta, no, no tengo coche. Tengo carnet, pero no conduzco, no me gusta... Bueno, vale, está bien, lo confieso, le tengo algo de pánico.

Leo el último WhatsApp de Javi en el que me indica la planta y la habitación en la que están. Una vez dentro del ascensor, me pego lo máximo posible a una esquina. El estómago me da un vuelco cuando el maldito ascensor inicia la subida. Siempre me pasa, odio estas máquinas infernales y siempre que puedo utilizo las escaleras. Sin embargo, he venido a toda prisa y estoy con la lengua afuera, no iba a evitar este estúpido ascensor por un miedo irracional. De hecho, y arriesgo de parecer masoquista, siempre me monto sin problemas. Me enfrento al vértigo y la claustrofobia que me provoca estar metida en esta caja metálica, pero es un miedo que puedo controlar desde la adolescencia. Si puedo controlarlo, ¿por qué no esforzarme por enfrentarlo? Otra cosa distinta es conducir un coche, por ahí no paso, no puedo arriesgar la vida de las demás personas por el impulso de enfrentarme a mis miedos... por mucho coraje que me de esto.

En Busca de Esperanza. (Publicada por la Editorial Samarcanda).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora