Capítulo 30

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La tarea de abrir mis ojos resulta difícil pero incluso así lo sigo intentando

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La tarea de abrir mis ojos resulta difícil pero incluso así lo sigo intentando. El sonido a mi alrededor me deja saber que estoy en un hospital, además del característico olor clínico que empieza a hacer mi cabeza doler. Finalmente consigo abrir mis ojos. Tengo que parpadear unas cuantas veces para acostumbrarme a la transición de oscuridad a iluminación.

Mi cuerpo duele como los mil demonios y me siento un tanto aletargada. Pasan varios segundos antes de que todo deje de darme vueltas. Suspiro maldiciendo el dolor de cabeza que martilla mi sien.

Aún me sorprende estar viva. Aunque lo planeé para intentar que un pequeño porcentaje diera esta posibilidad -la de estar viva-, no puedo dejar de pensar en que estuvo cerca. Pero parece que es cierto eso que dice que "hierba mala nunca muere".

Sé lo que hice, y también conozco perfectamente las consecuencias. Es por eso que mientras que Frank me realiza un chequeo después de que una enfermera notara mi recuperada conciencia, no puedo dejar de pensar en crear un plan. Y es que ya me siento cansada, no sólo hablo de físicamente sino también psicológicamente. A mi corta edad he tenido que vivir demasiadas cosas desagradables que me hicieron crecer de prisa, sin disfrutar de mi niñez ni de mi adolescencia. De mi vida.

Una idea se me viene a la mente. Es algo descabellada, pero supongo que funcionará. Alejarme de todo esto y además apaciguar las aguas.

― Frank, necesito que llames a Poesy ― informo sintiendo mi garganta ronca por la resequedad, más no le doy real importancia a ese detalle.

― Por supuesto ― asiente ―. Le entregaré la receta de tus medicamentos a Crooson ― dice antes de retirarse de la habitación.

Paso mi mano libre de la intravenosa y la deslizo por mi rostro, sopesando mi decisión. El hecho de que mi cabeza siga taladrándome me pone irritable, y sólo deseo acabar con todo esto.

Sé que la vía más fácil sería acabar con mi vida, pero aunque externamente me muestro firme, la verdad es que soy una cobarde. Eso es lo que soy,

Siento las lágrimas acumularse en mis ojos y odio eso, lo odio por dos grandes razones: uno, porque odio verme débil, y dos, porque eso solamente aumenta el maldito dolor de cabeza.

― ¿Me llamaba, señora? ― inquiere el hombre luego de entrar en le habitación. Lo miro, reprimiendo todos mis verdaderos sentimientos, tan sólo reflejando lo que quiero: imperturbabilidad.

― Sí. Necesito un favor, uno que no está a negociaciones ― digo sin que me tiemble la voz.

― Lo que usted ordene, mi señora. Usted sólo diga y yo cumplo.

Asiento complacida.

― Perfecto.

Sin más, comienzo a relatarle lo que pienso a hacer y lo que quiero que haga por mí. A pesar de que su expresión no cambia en ningún momento, no hay que ser un genio para saber que la idea no le agradable, más sabiamente permanece en silencio.

Reina De La MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora