El negro siempre fue mi color favorito, quizá porque es el único color que veía.
Para mí no había pasión, no había felicidad, no había esperanza, sólo oscuridad.
Las paredes de mi casa eran negras, al igual que mi ropa, mi piel, mis ojos, mis dientes... todo.
Y todo era frío. Todo se movía lento, frío, seco.
Nunca me sentí sola, porque no sabía qué era estar acompañada.
Yo era la única habitante de mi mundo.
Pero un día, caminando, descubrí una margarita. Y era de un amarillo vibrante en el centro, y de un pulcro blanco en los pétalos. No olía a melancolía, más bien tenía un aroma dulzón, picoso, que te invitaba seguir olfateando. Se alimentaba de un sol que alumbraba y calentaba.
Descubrí que no solo había una margarita, había una rosa roja, había una abeja, un tulipán azul. Mi mundo poco a poco estaba explotando en colores.
Me asusté al principio. Me entristecí.
Todo lo que creía conocido estaba cambiando y no sabía qué iba a ser de mí.
Aún recuerdo los dolores de cabeza que me dieron pues mi vista, acostumbrada al negro, chirriaba tratando de enfocar las nuevas tonalidades.
Hasta que un día apareciste.
Te acercaste a mí. Y con tu piel dorada tocaste la mía que también estalló en colores.
Me enseñaste que yo también podía ser un ser de luz. Me enseñaste que mi mundo podía ser distinto. Me acariciaste, me abrazaste, me apretaste. Me besaste. Y cuando me besaste los colores estallaron dentro de mí también.
¿Cómo es que un completo extraño podía venir y darle la vuelta a mi mundo de una manera tan drástica? Era demasiado bueno para ser verdad.
Un día desapareciste y empezó a llover. Y la lluvia empezó a llevarse el color.
Todo volvió a ser negro. Todo volvió a ser como antes. No lo extrañaba para nada. De hecho, me sentía impotente.
Me habías pintado un mundo de colores sólo para llevártelo luego.
La lluvia caía con fuerza, las nubes chocaban, el viento rugía. Y decidí salir.
Decidí salir y descolorarme yo también, con el entorno, para que todo fuera como antes. Para que mi mundo y yo fueramos uno solo.
Y la lluvia empezó a caer sobre mí. Las gotas trasparentes se llevaban todo pigmento al deslizarse por mi piel, y lloré.
Cuando todo el color había abandonado mi cuerpo, volví a mi casa. Y me di cuenta de que seguía sintiéndome fuera de lugar. Todo volvía a ser negro de nuevo pero ¿por qué me sentía distinta?
Al tocar mi pecho me di cuenta. La lluvia no había tocado mi interior. En mi interior aún había color.
Traté de volver a salir, mi plan era abrir la boca y dejar que la lluvia me purificara, me cambiara. Fue inútil. Las gotas aterrizaban en mi rostro, jamás en mi interior.
Y sollocé. Porque era culpa tuya.
Miro mi garganta todos los días al espejo, esperando ver el color desvaírse.
Pero sé que no se irá.
Y sé que jamás volverás.
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Blindfolded
Short StoryUna recopilación de pequeños homenajes al autoengaño, la traición, la nostalgia, la tristeza y a veces la dulce venganza.