Judas.

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Grandes y suaves manos sostenían mis mejillas presionando mi cara contra la suya. Gentilmente, porque no había prisa.

Grandes y brillantes ojos me miraban como a una noche estrellada en una isla desierta, con diversión oscura y curiosidad.

Grandes y mullidos labios besaban los míos. Lentamente, porque no había prisa. No había perversión.

Grandes y perlados dientes se dejaban entrever en una sonrisa. Pero no sinceramente. Esa sonrisa escondía algo.

Lo hiciste, Judas.

Me besaste.

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