Antigua roma

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Se conocieron a los 16 cuando separados por un par de muchachos se enlistaron en La Legión cuando las reformas de Cayo Mario se hicieron realidad. Kuroo Tetsuro, hijo de un político que inició su carrera en la milicia, llevaba en la sangre el orgullo de pertenecer a la casta de hombres más fuerte del mundo conocido. Desde su nacimiento había gozado de los privilegios de su estrato social instruyéndose en lengua, historia, comercio y deporte. Era un joven culto y sano pero idealista, anhelando cambios en el corazón de República en beneficio del pueblo. Sawamura Daichi en cambio lo hizo por razones menos altruistas. Hijo de un artesano alfarero enfermo con una familia acuestas estatificado en la categoría de capite sence, vio una rápida y posible solución a sus problemas económicos. En el ejercito tendría un sueldo estable que le permitiría vivir a su madre y hermanos sin tener que pedir limosnas apelando a la caridad de los ricos, y si su desempeño era más que destacable dentro del ejército, escalaría posiciones dentro de la misma jerarquía de a poco, con méritos alcanzados con sudor y sangre, y no como el tipo acaudalado que sería su compañero de entrenamiento, que con solo cumplir, tendría un puesto asegurado de centurión.
Le desagrado desde el primer día.

Cuando calzaban sus cascos vistiendo sus armaduras, todos eran iguales: Soldados rasos que apenas se abrían camino en la vida, sin embargo, los dos jóvenes opuestos destacaban en cada ejercicio, compitiendo el uno con el otro sin una razón aparente más que malsano orgullo. Sawamura se negaba a perder ante un hombre como Kuroo que disfrutaba de provocarle por cualquier tontería. Como detestaba esa sonrisa, el hecho que fuera más alto, incluso más listo pero por más que le ignorara no podía despegar sus ojos de él. Y Kuroo, al contrario de las emociones de rechazo que su compañero le transmitía, seguía empeñado en que la atención del malhumorado soldado se centrará en su persona, hostigándole con su fanfarrona personalidad desde el amanecer hasta el anochecer, día tras día hasta que su instrucción estándar fue completa.

Kuroo, como era de esperar, se convirtió en Optio de las centurias que estaban bajo el cargo del Primus Pilus Nekomata, siendo Sawamura uno de los intrigantes de la centuria número I, la que acompañaba a Nekomata en las primeras expediciones y combates en territorio enemigo, lo que fue una tenebrosa treta del tipo ojos de gato que dividió los sentimientos del soldado. Después de pasar tanto tiempo juntos se convirtieron en amigos cercanos, fieles aliados y hermanos de armas, luchando día tras día por sus ideales y sueños. Esa familia que Daichi dejó con el corazón roto por un mejor pasar era la que representaba la lucha de Tetsuro por un vivir digno para todos los romanos, sin exclusiones.


Noches eternas de vigilancia fuera de su contubergia, les llevaron a sentir que el calor de la intensa fogata no quemaba su carne como una sonrisa auténtica tras una larga jornada separados, un roce de sus callosas manos o una caricia en la mejilla anhelando que cada palabra que Tetsuro leía en perfecto latín del par de papiros prensados que había llevado a campaña le colmará el alma. Escucharlo era un placer sublime, egoísta y pretencioso que Kuroo permitía con el mismo egoísmo. Nadie merecía a Daichi, ninguna de aquellas mujeres visitaban los campamentos buscando dinero y posición, ninguno de los hombres con idénticas razones a ellas, ninguno de los soldados de la centuria, ni del coherte. Sawamura le pertenecía, aún si los atisbos de ambiguo cariño no le dieran certeza alguna de que la cálida fantasía de verlo junto a él en medio de los campos cultivados de una tierra hispánica en paz y armonía se hicieran realidad. Aún siendo un hombre, hijo de un militar, culto y sano, soldado de La Legión con un ascenso a Centurión en camino en la alforja de un jinete, percibía a flor de piel el amor. El amor que sentía por Daichi, su amigo y compañero, que le llevó a la muerte bajo la nieve de un frío atardecer de los Alpes.

Aquella espada no debía atravesar su corazón pero lo permitió para salvarle a él, su único gran tesoro, muy diferentes a los que su padre le entregó con esmero. La encarnizada lucha estaba cosechando muchas mas vidas de las esperadas pero no permitiría que la de su amado perteneciera a Plutón. La hoja de la espada del enemigo atravesó su corazón sin importar que la poderosa protección del yermo bajo su armadura de acero.
Una muerte digna, no.
Una muerte hermosa concedida en una plegaria a la diosa Venus, para quien el amor lo era esencial de la vida. Ella, sin duda algúna habría podido apreciar la belleza sublime de ese momento inevitable. Daichi sin casco llorando sobre su rostro ensangrentado mientras sus manos sucias de sangre y barro marcaban su rostro húmedo. ¿Aquella última sonrisa habría sido suficiente para decirle las palabras que no pronunció al tenerlo a su lado? Nunca lo sabría pues cuando Daichi le cobijo entre sus brazos, rodeado de rojizos copos de nieve, su cuerpo estaba vacío.

Los soldados de La Legión viven y mueren en el campo de batalla, son recordados en relatos póstumos de valor y coraje. Viven en los recuerdos de sus amigos, en los corazones que han sido despojados por las penurias. En los dracmas puestos sobre su ojos por quienes les amaban, en los sueños plagados de nostalgia.

Drabbles KuroDaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora