No la había notado lo suficiente. Llegué a aquella conclusión la mañana en la que decidí sentarme bajo el viejo manzano y ella delante mío. Quizá un poco más lejos de lo que me gustaría admitir. Mi intención consistía en leer para clase de análisis, en cambio, me limité a colocarme los auriculares mientras la observaba contemplar el resto de estudiantes; sus puntiagudas rodillas flexionadas a la orilla del camino del instituto.
Allí, donde la hierba se marchitaba, yacía sentada a quien vi en distintas ocasiones sin realmente verla, de otra manera, los reproches mentales quedarían extintos y su mirada omnisciente de ojos no del todo café y no del todo verdes se hubiese impregnado a mi piel con diecisiete años de anticipación.
No me percaté de la campana anunciando el inicio de clase, cuando una figura liviana se irguió y su pequeña melena de hojas de otoño desapareció tras las puertas del edificio.
Por fortuna o quizá no la suficiente, a partir de ese jueves comencé a verla con más frecuencia. Además de que coindiamos en clases, su casillero quedaba no muy lejos mío. Pasaba por el suyo cada vez que podía y de esa manera visualizar sus facciones con detenimiento aunque una fracción de segundo no bastaba para alguien que buscaba empaparse de ella. Por eso decidí apartarme de mi antiguo equipo en química.
"Solo digan que no me quieren con ustedes".
¿Estás seguro? preguntaron. Jamás me arrepentí de aquella decisión ni de las que tomaría a partir entonces.
Fuí aceptado en el equipo en el que Astrid participaba, descifré su nombre cuando alguien llamó su atención. Quise hacerlo también pero no tuve el valor suficiente para cruzar la barrera de confianza inexistente.
Me conformaba con observar sus movimientos, toscos y escasos de paciencia cuando se trataba de manejar el material de laboratorio. Sus espesas cejas se fruncían como dos orugas cobrizas, y las pestañas cortas y frágiles revolaban una y otra vez en busca de una solución inmediata.
"Todos son unos idiotas" interrumpió mis pensamientos en el momento en que yo hacía un inventario silencioso, pero descarado, del número de pecas que bañaban su rostro, me detuve en la catorce. ¿Lo habría notado? "Luces como un sabelotodo, así que..."
Dejé que la oración se suspendiera al aire. Luego tomé asiento y me encogí de hombros.
"No creo que seas una idiota ni yo un sabelotodo" quise sonar sincero porque era cierto. Sabía que ella era lo bastante lista para muchos.
Pero su temperamento podía nublar cualquier situación y de igual manera mal interpretó mi comentario.
Como desafío, Astrid tomó asiento delante mío. Confieso que el roce de sus rodillas con las mías, separadas por la tela de un par de medias negras y la mezclilla de mis pantaloncillos, bastó para que el corazón se me acelerara. La miré fijamente como ella a mí, aunque no de la misma manera. Mi intención era distinta. Aprovecharía el poder contemplarla directamente sin temor a ser indiscreto. No intenté ocultar nada. Estoy aquí por ti, date cuenta de ello.
No fue así.
Un velo invisible se interponía entre ella y los demás, entre ella y yo.
Entendí entonces que para sumergirme en Astrid necesitaba abrir algo más grande que mis propios temores. Necesitaba atravesar sus demonios, demonios que descubrí más tarde, ella había creado para sí misma.
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gracias por leer <3la verdad es que estaba destinada a ser una novela pero la imaginación no me dio para más ):

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Relatos.
Short Story«sobre monstruos imaginarios, amores pasados y olvidados, platónicos, y seres sobrenaturales.»