Era él de nuevo. Un mensaje desde un número oculto. No podía ver el contenido del mensaje sin meterse en la aplicación porque se trataba de una foto. Trató de reunir el valor suficiente para abrirlo, aunque sabía que no era capaz de reaccionar, de enfrentarse a él. Estuvo un rato con el móvil en la mano, viendo cómo la hora del teléfono iba cambiando con el paso de los minutos. Con lágrimas en los ojos decidió enfrentarse a ello por la mañana. Quizá era el momento de compartirlo con sus amigas, luchar contra quien fuera aquel sinvergüenza. Tenía sus dudas, tan solo tenía que confirmar de quién se trataba.
Abrió la puerta de la habitación. Sus amigas estaban profundamente dormidas sobre la cama, por lo que se hizo un hueco junto a ellas y cerró los ojos, algo más tranquila con las dos a su lado. Sabía que iba a ser una noche dura por culpa de ese maldito mensaje. Tan solo pensar en lo que podría ser esa foto le producía pesadillas. Al poco tiempo de cerrar los ojos, Maiah soñaba que se iba a vivir con su abuelo al campo. Dejaba atrás su vida tal y como la conocía, el instituto, las tiendas... Lo único que continuaría con ella para siempre serían sus amigas, a las que había hecho prometer que la visitarían todos los fines de semana. El abuelo, un hombre pequeño con el pelo blanco y el gesto afable, conducía una furgoneta llena de abolladuras en la que las maletas de Maiah se desplazaban de un lado a otro, golpeándose debido al
mal estado de la carretera. Al llegar a casa de su abuelo, las maletas habían desaparecido y el maletero mostraba trozos calcinados de su ropa y sus libros favoritos. En su sueño, Maiah se encaminaba entonces llena de rabia hacia su nueva habitación. Llamaba a su madre pese a no marcar nada en su teléfono, que tenía la pantalla encendida. «¡Quiero irme de aquí!», le gritaba a su madre, que, por supuesto, era incapaz de oírla. Su nueva habitación era exactamente igual que la anterior. La única diferencia era que el suelo estaba lleno de serrín y los muebles hechos de una madera astillada que amenazaba con clavarse en la piel al mínimo descuido. Olía a cuadra y la ventana no tenía cristal, solo una sucia cortina que evitaba que entrase la luz del sol. Harta de la situación, decidía salir fuera, a gritar y desahogarse. Buscaba a su abuelo mientras golpeaba lo
primero que veía, pero tanto él como la furgoneta habían desaparecido. Encontró algunos cerdos fuera de la pocilga y las gallinas y las vacas campaban a sus anchas por el campo, sin siquiera fijarse en Maiah. Nada tenía sentido. Cuando miró hacia el otro lado de la carretera, vio a su abuelo meterse en la cabaña de los utensilios. Recordaba haber ido alguna vez de pequeña y quedarse fascinada por las maravillas que la luz del sol hacía al entrar entre los recovecos de las maderas. Cruzó la carretera en dirección a la cabaña y, aunque tardó unos minutos en llegar, cuando lo hizo no estaba cansada. Lo que sí notó fue el frío, por lo que entró de forma apresurada a resguardarse. Dentro no había ni rastro del abuelo. De hecho, tampoco había ni rastro de los utensilios. Y Maiah se rio ante aquella ironía. ¿Qué era una cabaña de utensilios sin utensilios? Cuando se decidió a empezar a buscar a su abuelo, apareció una luz y todo se difuminó hasta desaparecer. Jocelyn había sido la segunda en dormirse. Antes de acostarse junto a sus amigas, necesitaba fumarse su cigarrillo de rigor. Como dentro de la casa de los Comelloso no se fumaba, tuvo que bajar al jardín trasero. Lo hizo con cuidado, iluminando el pasillo con la linterna del móvil. No quería despertar a los padres y a la hermana de su amiga, por lo que bajó la escalera y caminó por el salón de puntillas y sin hacer ni un ruido. Al llegar al jardín pasó más tiempo mirando sus heridas que fumando. De hecho, no fue capaz de terminarse el cigarrillo. Estaba pensando demasiado en lo que le había pasado. No tener ni un mínimo recuerdo la hacía sentirse vacía.
Además, no dejaba de darle vueltas al hecho de que había estado a centímetros de sus amigas. ¿Habrían visto sus heridas? Esperaba que no, o tendría mucho que explicar. Lo peor de todo era que de vez en cuando le venía a la mente aquella mirada. Cuando cerraba los ojos, por ejemplo.
Le asustaba encontrársela, le perturbaba.
Había algo que le decía que estaba relacionado con el episodio de aquella noche en que se despertó en medio del bosque. ¿Quizá un ladrón había entrado en su casa y la había golpeado? Aunque eso no explicaba por qué estaba en el bosque... Sacudió la cabeza para ahuyentar esos pensamientos y decidió volver a la cama y tratar de dormir. Cayó rendida en cuanto su cabeza tocó la almohada. Los días en los que sufría episodios como el de aquella noche estaba realmente cansada. Y, cómo no, sus sueños se convertían en pesadillas. Jocelyn se puso a temblar en cuanto vio el cuerpo de su madre en el suelo.Su cuello se retorcía en una extraña posición y no parecía respirar.
Presa del pánico, Jocelyn era incapaz de moverse, gritar o llamar a su padre, que estaba en el piso de arriba dándose una ducha.De repente la señora Mckenzie abrió los ojos. Jocelyn dio unos pasos hacia atrás, retrocediendo de manera involuntaria.
Tras varios segundos, su pie dejó de encontrar suelo allí donde la escalera daba comienzo.
Jocelyn empezó a caer por la escalera mientras trataba de agarrarse a cualquier saliente o barrote, pero era imposible parar.
Y lo era porque nunca terminaba, era una caída infinita.Cuando por fin una superficie apareció bajo sus pies, Jocelyn tropezó mareada y se golpeó con una brutal dureza; creyó que se había roto el cuello. Cayó del mismo modo que su madre, aunque ella era capaz de respirar.
Se quedó muy quieta, con los ojos cerrados.
Oyó entonces unos pasos que se aproximaban por el lado izquierdo.
Fuera quien fuese, se acercó tanto a Jocelyn que esta tuvo miedo de que la pisaran, por lo que abrió los ojos para descubrir la identidad de aquella persona.—Levanta —dijo su madre. La señora Mckenzie miraba a su hija con los brazos en jarras, aunque con el cuello totalmente torcido. Horrorizada, Jocelyn se levantó a duras penas.
Su madre seguía imperturbable, con una mirada de reprobación en la cara, sin moverse.
No podía dejar de mirar su cabeza en aquel extraño ángulo.
Jocelyn cayó de nuevo por una escalera, aunque esta vez el descenso fue de menor duración.
Al llegar al final, todo estaba oscuro, exceptuando una fuente de luz al final de la estancia.Catherine fue la primera en caer dormida.
Y era normal, había vivido una tarde intensa.
Los sueños empezaron a inundar su mente.
En su sueño, había decidido no ir al instituto aquella mañana.
Debido al horario de ese día, quedarse a cuidar de su hermana pequeña era un plan mejor que ir a clase.Además, la señora Comelloso tenía que hacer unas gestiones en el centro. Catherine y su hermana estaban en la cocina.
Ella dibujaba en un papel a un chico y una chica con distintos colores.
Sin embargo, no había diferencia entre ellos más allá de los tonos utilizados.Catherine lo sabía porque eran los dibujos que ella le dejaba hacer cuando sus padres no miraban.
Era su secreto. Su hermana se levantó de pronto y abandonó la estancia. Catherine no prestó mayor atención; las fotos de Instagram de sus amigos de clase eran mejor entretenimiento.
Sin embargo, al ver que no volvía, a los pocos minutos se levantó preocupada, pues tampoco había ningún ruido en la casa que determinase dónde estaba.La casa de Catherine había sufrido un increíble cambio, ya que detrás de cada puerta que abría había una estancia totalmente desconocida. Las
estancias estaban llenas de portales y espejos, nunca ventanas.Catherine sintió que llevaba horas buscando a su hermana, abriendo centenares de puertas, pero no era capaz de saber dónde estaba.
Finalmente llegó a una habitación con una trampilla en el techo. Decidió abrirla.
Cuando subió, se encontró con la luz del sol, que entraba por una ventana.Al asomarse para ver si su hermana estaba en el jardín, descubrió unas vistas aéreas de su cuarto, como si aquella ventana fuera un observatorio de su rutina diaria. Se asustó tanto que comenzó a correr en sentido contrario, y se sorprendió al ver que ya no quedaba ni rastro de la trampilla del suelo.
Se volvió para mirar de nuevo la ventana y si era posible salir por ahí, pero también había desaparecido.
En la más absoluta oscuridad, una luz comenzó a surgir a lo lejos.
Las tres, cada una en su sueño, se acercaron con cuidado hacia la luz. Parecía provenir del suelo.Era muy potente.
Tanto, que temían quedarse ciegas si la miraban directamente. Todas tenían la sensación de que la luz no se acercaba por mucho que ellas se dirigieran hacia ella. Entonces se dieron cuenta de que esta iluminaba algo que hasta entonces habían ignorado.
Un joven les daba la espalda.
El foco de luz dejaba entrever que no llevaba camiseta y que sus músculos estaban en tensión.
Oyeron que murmuraba algo, aunque era inaudible desde la distancia a la que se encontraban.
Al final, las tres se acercaron a él tras unos instantes de duda.Estaban lo bastante cerca como para tocarle, pero decidieron no hacerlo. Había algo peligroso en todo aquello, aunque no sabían qué.
El joven, al ver que no era tocado, dejó de estar tenso y de suspirar.
Las palabras que dijo a continuación se quedarían en la memoria de las tres amigas para siempre.
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Bajo nuestra piel [EDITANDO]
Mystery / ThrillerTodo cambia para Maiah, Jocelyn y Catherine la noche en la que tienen pesadillas reveladoras. Se guardan el secreto de lo que han visto en sueños, y a partir de ahí todo comenzará a ir mal. ¿Quién es el hombre misterioso que las espía frente a sus c...