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Su voz era ronca, y esta vez la oyeron a la perfección.

-Cuidado. Ya vienen. Jocelyn, Maiah y Catherine se despertaron a la vez. Pese a haberse acostado a horas diferentes, y cada una estar agitada por un motivo distinto, aquello les hizo abrir los ojos justo en el mismo instante.

Las tres sudaban copiosamente. Sus corazones latían con fuerza. Sin embargo, demasiado asustadas para hablar, ninguna dijo nada. Maiah disimuló que estaba despierta tosiendo y cambiando un poco la postura del cuerpo. Jocelyn agarró la botella de agua y, mientras bebía, miró de reojo a Catherine, que también se movía. Hablar de lo que habían soñado significaba mostrar parte de sus mayores temores camuflados en pesadillas.

Y ninguna estaba dispuesta a hacerlo. A los pocos minutos, las tres trataban de dormir. No tuvieron más pesadillas el resto de la noche.
El primer día de instituto iba a ser duro. Volver al Castle High tras el verano que las tres habían pasado no era una idea apetecible. Odiaban la rutina.

Ni siquiera querían pensar en exámenes o en las preocupaciones que regresaban con la vuelta a clase. Para Maiah, tener que socializarse con gente a la que no soportaba resultaba especialmente duro. Jocelyn y Catherine eran mucho más abiertas y no les importaba hablar con todo el mundo; para ellas, sonreír y abrazarse era una parte más de la rutina.

Los rayos de sol se colaban poco a poco por la ventana de la habitación. Se respiraba tranquilidad. La quietud se vio de pronto interrumpida por el teléfono de Catherine, que comenzó a sonar con fuerza. Sorry , de Beyoncé, se oía a modo de despertador, y tuvo el efecto esperado en todas menos en su dueña.

-¡Apaga eso! -le gritó Maiah a Catherine. Golpeó con fuerza la cabeza de su amiga con la almohada, dejando en evidencia su mal despertar.

-En fin... -susurró, más para sí que para sus amigas. Apenas unos minutos después, las tres desayunaban tostadas, jugo y leche con cereales. Maiah no se había recuperado del todo y comía callada, esperando despejarse gracias a la cafeína. No dejaba de pensar en el contenido del mensaje de la noche anterior. Que le enviara una imagen no era nada nuevo, y probablemente lo que se encontraría no la iba a sorprender, pero le causaba una inquietud que no sabía muy bien cómo gestionar.

Las tres amigas tenían un denominador común aquella mañana: sus ojeras, que denotaban la falta de sueño. Aunque ninguna estaba dispuesta a hablar sobre aquella noche y sobre los sueños y las pesadillas que les habían impedido descansar. Mencionarlos las condenaría a soltar información acerca de ellos y, por tanto, a reconocer unos miedos que no querían compartir.

El tema de Nathan también se dejó aparcado.
Desde luego no era la mejor manera de empezar un curso escolar. Pensar en él tan solo haría que Catherine le diera más vueltas de las necesarias. Mientras tanto, Jocelyn no paraba de mirar de reojo a sus amigas para comprobar que no observaban los arañazos de su pierna. La señora Comelloso apareció en la cocina ya vestida, preparada para ir a trabajar. Como siempre, iba muy elegante, enfundada en un traje retocado por su hija.

Era de un tono violeta con detalles en blanco que destacaba sobre su oscura piel. Catherine estaba realmente orgullosa del resultado de aquel vestido, y aún más si eso significaba que su madre se enorgullecía de lucirlo en el trabajo. Se despidió de las chicas y besó en la frente a Catherine, deseándole buena suerte para el primer día de instituto.

-Tu madre siempre me ha parecido preciosa -dijo Jocelyn en cuanto esta desapareció por la puerta de la cocina. Desde el otro lado de la casa, Sarah Comelloso exclamó:

-¡Te he oído! Las tres amigas rieron sorprendidas. En cuanto la puerta se cerró, se quedaron completamente solas. La hermana de Catherine asistía a un colegio especial a media hora de viaje, por lo que su padre siempre se marchaba bastante antes que todos los demás habitantes de la casa.

Catherine echaba en falta a su hermana en días como aquel. Siempre le daba la fuerza que necesitaba y le arrancaba una sonrisa en cualquier momento.

-Es muy pronto para empezar a saltarse clases, ¿no? -opinó Maiah, hablando por primera vez desde que habían bajado a desayunar, mientras untaba mantequilla en una tostada. -Sí -afirmó Jocelyn tajante-. Además, ya saben que este año necesito mejorar
mi media, y no voy a dejar que me arruinen los exámenes finales.

Alzó un dedo cuya larga uña de gel apuntaba a Catherine y a Maiah de manera amenazante.

- lo digo muy en serio -sentenció-. No quiero que ocurra lo del año pasado. Saltarme el examen de Biología por culpa de lo mal que me calleron los tacos picantes no fue una buena idea.

Fue Maiah la que primero expulsó el contenido de su boca sobre la mesa. Catherine no tardó mucho más y lanzó un chorro de jugo de piña entre sus labios y naríz.

-¡Las odio!- Se quejó Jocelyn mientras se limpiaba un trozo de mantequilla del pelo. Luchaba por no reírse, pero terminó cediendo ante las carcajadas de sus amigas. Era inevitable.

El nuevo año se presentaba ante ellas y estaba segura de que si permanecía unidas todo iría sobre ruedas.

Fueron a clase en coche. Era algo habitual para ellas, aunque Maiah no tenía siquiera el carné. La única con vehículo propio era Jocelyn. Era caro y moderno, y le encantaba pasearlo por las calles de Rock Valley, sin embargo, la razón por las que les gustaba moverse con ese coche era por la conexión Bluetooth, que les permitía escuchar las canciones que ellas querían y montarse su propia fiesta en cualquier momento.

Maiah y Catherine no conocían al padre de Jocelyn. Ambas sabían que en cuanto le hacía una breve visita a su hija la llenaba de regalos de todo tipo: el último iPhone, un coche nuevo, el vestido de el Baile Anual de Máscaras... Incluso una vez le regaló a Jocelyn un par de relojes de muñeca carísimos para que se los diera a sus amigas. Maiah había decidido no llevarlo y venderlo a escondidas en un pueblo cercano.

Su familia agradecería más el dinero que cualquier otra tontería de niña rica. Aún recordaba los ojos llorosos de su madre cuando le entregó un fajo de billetes correspondientes a su valor.

- Oye,¿Has visto a Brent le a dado Me gusta a la foto de Max?- preguntó Maiah en cuanto se metieron al coche, enseñándole su teléfono a Catherine. Esta se había sentado en el asiento de atrás, por lo que Maiah tuvo que volverse para dárselo. Catherine tardó unos segundos en reaccionar, pero sonrió con picardía.

-Pues ya sabemos que tiene algo que contarnos. Hicieron un estupido baile de la felicidad y Maiah subió el volumen de la radio para celebrarlo. De repente, regresar al instituto no era tan mala idea como le había parecido hace unos minutos. Continuó bailando y se volvió para mirar a su amiga, que conducía con la vista fija en la carretera.

Llegaron al instituto apenas 10 minutos después, y lo hicieron tan pronto que no les resultó complicado encontrar un hueco en el Parking. En época de exámenes aquello se convertía en misión imposible. La biblioteca se llenaba de estudiantes a los alrededores, ya que era lo más nuevo que tenía el instituto. Pese al amor por los libros de Maiah, ninguna de las amigas había pisado la biblioteca más que el día de la inauguración.

Preferían quedar a estudiar en casa de alguien mientras comían chucherías y comentaban Pitch perfect por decimotercera vez.

Bajo nuestra piel [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora