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Las tres chicas se bajaron del coche con las mochilas en la mano.

Miraron a su alrededor por si conocían a alguien con quien tuvieran que reencontrarse antes de entrar.

La gente caminaba por ahí con los ánimos bajos. Tras unos segundos, consiguieron ver a un joven saludándolas animadamente desde el otro lado del parking, junto a uno de los laterales del centro.

—¡Es Brent! —exclamó Maiah con una sonrisa. Catherine se rio en silencio y se encaminaron hacia allí. Jocelyn tomó la delantera mientras se ponía las gafas de sol que se acababa de comprar.

Vestía con tacones y una falda rosa, un crop-top del mismo tono y una gorra negra con el ala hacia delante, que dejaba que su pelo liso y rubio cayera por los lados. Antes de llegar al lugar donde estaba Brent, que las esperaba nervioso por el reencuentro, varios chicos se quedaron mirándola.

Maiah y Catherine pasaban más desapercibidas a su lado, aunque de las dos, Catherine era capaz de levantar alguna que otra mirada. Desde donde estaba, Maiah pudo ver unos pequeños rasguños que parecían recientes en el lateral del gemelo derecho de Jocelyn. No se había dado cuenta de que los tenía hasta ese momento.

Los estaba ocultando, a juzgar por la capa de maquillaje que se apreciaba sobre la pierna, a modo de camuflaje. Trató de buscar a Catherine con la mirada para señalarle la pierna de su amiga. Maiah se dio cuenta de que estaban a punto de alcanzar a Brent y corrió los últimos metros, adelantando a Jocelyn, con la que pensó que tendría que hablar más tarde. Abrazó a Brent con fuerza. Al fin y al cabo era la que más relación tenía con él, y le parecía lo más justo ser la primera en abrazarlo. Jocelyn fue la segunda, aunque era obvio que no les unía la misma confianza.

Pero cuando llegó Catherine, a Brent se le iluminó la cara. Tardaron más de lo normal en separarse, algo que a Maiah le pareció bastante extraño. ¿Desde cuándo se llevaban tan bien?

—Nos tienes que contar algo, ¿no? —preguntó Jocelyn sin perder el tiempo. Brent se sonrojó de golpe.

—No..., no sé. —¿Seguro? —Maiah lo dijo en tono amenazante. Su amigo se encogió de hombros y puso cara de no saber nada, aún con las mejillas de color tomate.

Sin duda era uno de los chicos más guapos del instituto. Incluso así, rojo y muerto de vergüenza. Tenía la nariz pequeña, los pómulos finos y definidos y unos ojos de color caramelo que redondeaban aquel rostro perfecto.

La barba de tres días que se dejaba desde hacía unos meses le daba un look desenfadado que le hacía parecer un modelo de Instagram.

—Mira, les cuento a la hora de la comida. He quedado con unos amigos del Club de Teatro del año pasado. A ver si los convenzo para este año...

Queremos meter a más chicos. Novatos.

—¿Sangre fresca? —preguntó Catherine entre risas.

—¡Sí! Hay que dejar paso a los nuevos talentos. —Brent siempre se ilusionaba con sus proyectos, y en concreto el Club de Teatro era el que más tiempo le quitaba, pero el que más felicidad le proporcionaba. Jocelyn, sin embargo, hizo una mueca. Aquello no le hacía mucha gracia.

—Joder, sí que son raros —dijo, sin mirar directamente a Brent. Catherine puso los ojos en blanco.

—Ignórala. —Apoyó una mano en el hombro de su amigo—. Nos vemos luego, ¿vale? Y haz que esos sangre fresca se apunten. Se rieron y Brent se despidió con la mano. A Maiah le costaba no recordar el momento, hacía ya unos años, en que había creído que Brent era el amor de su vida. Cada vez que lo veía sonreír sentía una punzada en su corazón... Qué tonta había sido.

—¿Qué nos apostamos a que no viene? —preguntó Jocelyn. La pregunta quedó en el aire mientras las amigas se encaminaban a la entrada del instituto. Era cuestión de minutos que la primera clase comenzara. La gente saludaba a las chicas al pasar. Bueno, en realidad a Jocelyn y a Catherine. Maiah sonreía aquí y allá, tratando de que alguien le prestara también a ella algo de atención, pero cuando lo hacían quedaba claro que era por compromiso. En ocasiones así tan solo quería hacerse pequeña y desaparecer.

Los horarios de ese curso habían sido algo distintos respecto a los de años anteriores y las tres amigas coincidían tan solo en una clase: Historia. Cuando lo descubrieron un par de días atrás, gracias a un correo de la Secretaría del instituto, no se lo podían creer.

—Sigo sin asumir que este año estemos separadas... —dijo Maiah con voz triste.

—No seas tan negativa, anda. Lo que va a cambiar es que nos vamos a ver con más ganas, aunque menos veces. —Catherine siempre le veía la mejor parte a todas las situaciones. En momentos como ese, Maiah habría preferido que no dijera nada. Sus amigas, por más que lo hablaran, no lograban entender la incapacidad de Maiah para conectar con la gente.

Era tímida e insegura, y eso hacía que no quisiera compartir su vida con cualquiera. Ella consideraba que tenía un filtro del que sus amigas carecían, y no quería sentirse obligada a saludar, a sonreír cuando no le apetecía o incluso a ser amable con todo el mundo. Maiah sabía que una de sus debilidades era que no se abría tanto con los chicos como sus amigas. Bueno, con los chicos y con las chicas. Con cualquier persona. Y por eso cuando salía el tema de ligar, del sexo o de quedar con nuevos amigos, siempre se sentía algo desplazada.

Lamentablemente, no era una cosa que pudiera cambiar de un día para otro, por lo que aquel comentario de Catherine le había sentado un poco mal. Debería apoyarla, ¿no? Para ella iba a ser duro estar sola nada más comenzar el curso. Catherine tendría que estar dolida por lo de Nathan. La conocía lo suficiente como para saber que, pese a mostrarse contenta de estar en Castle High en ese momento, no paraba de darle vueltas a su relación. Más tarde le preguntaría sobre ello.

—Escuchenme, chicas —dijo Jocelyn de pronto, hablando a sus amigas sin mirarlas. Se estaba colocando la gorra, mientras oteaba hacia el final del pasillo—. Déjenme sola un minuto. —¿Por? —preguntó extrañada Catherine. Maiah entonces lo comprendió. Siguió la mirada de Jocelyn y vio cómo, a través del pasillo, se abría paso un imponente muchacho. Iba vestido con una camiseta que le marcaba los músculos de los brazos, unos pantalones largos que le estilizaban las piernas, y su cara denotaba la seguridad en sí mismo que poseía. Era Rob, el chico imposible de Jocelyn.

Bajo nuestra piel [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora