i. propinas

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LA VIDA no me había tratado con cariño los últimos meses

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LA VIDA no me había tratado con cariño los últimos meses. La empresa se había se había metido en problemas legales gracias a una publicación hecha por mi departamento y eso, no me vino para nada bien, como jefa y como una empleada más. Había un profundo gasto económico que no lograba finalizar pues, debido al enfrentamiento legal de mi trabajo, los sueldos disminuyeron temporalmente.

Lo único que gracias al cielo, me mantenía en pie en muchos aspectos era seguir trabajando en el café de Lola, mis amigos y poder seguir bebiendo en el bar preferido de mis colegas y mío.

Me encontraba conversando tranquilamente con David, un joven compañero que tenía la dicha de compartir turno. Él me contaba sobre lo frustrante que estaban siendo sus meses de servicio social, sin embargo, dejé de prestarle atención cuando escuché la campana del local retumbar su peculiar sonido por mis cavidades auditivas. Observé la puerta principal y vislumbré a Sebastian entrar, con las manos en su chaqueta negra y mirando para todos lados, eligiendo en qué sitio se sentaría. Eligió un sillón que estaba en la orilla del café, dando una vista amigable hacia las calles nocturnas de Manhattan. Fruncí el ceño, pues, casi ninguno de mi círculo social se presentaba en específico en este café, donde generalmente encontrabas jóvenes universitarios con sus computadores, ancianos leyendo libros o periódicos, todos buscando una aura pacífica y buenas tazas de café.

David se adelantó a decirme que iría a atenderlo, lo detuve en seco, tomé la carta de sus manos y le comenté que yo atendería a ese adulto. Me acerqué con sumo cuidado de no distraerlo, pues él tenía su vista fija en un libro y se le veía bastante concentrado iniciando lectura. Dejé la carta con cuidado en la pequeña mesa de centro y Sebastian me miró por el borde del libro.

—Buenas noches —dije—. Un placer tenerte por aquí, Sebastián.

—Hola Leo, linda noche —me saludo dedicándome una sonrisa entera. Le devolví el gesto—. No sabía que trabajas en un café tan acogedor. He de admitir que me está agradando bastante. No sé diga del servicio, eh.

Yo solté una carcajada. Sebastian tomó la carta que le dejé y comenzó a leer, haciendo unas muecas dudosas, a lo cual, yo volví a reír por lo bajo.

—¿Alguna recomendación? —cuestionó mirándome por el rabillo del ojo.

—¿Qué te apetece? —pregunté yo, sacando mi cuadernillo y bolígrafo del delantal.

—Un café quizá —comentó cambiando de página—. ¿Con que me recomiendas que lo acompañe? Porque tú no vienes en la lista.

—Porque yo no soy un postre —comenté burlona, mientras me carcajeaba por el comentario de mi amigo. Él solo me sonrió y negó con la cabeza juguetón—. Pero bueno, el pastel de tres leches es buenísimo —recomendé—. Puedes elegir qué jalea agregarle. Está de puta madre, de verdad.

—¿Si? Bueno vale, quiero eso que está de puta madre—reí y lo miré con cariño, pues adoraba cuando hablaba en español para mí —. Me gustaría acompañarlo con una jalea de fresa ¿qué te parece? —yo asentí sonriendo, dándole la razón—. Vale y el café que sea americano con leche, por favor.

darling  ━ sebastian stanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora