Retrospectivas.

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Las risas contigo llenaron una parte de mi alma que no estaba guardando para ti.

Aquí estaba yo, ahí tú. Tu mano sujetándome para que no temiera y al final me hiciste caso porque también temías.

No era mi fuerte hacerme fuerte pero siempre te molestaba con eso. No era tu fuerte hacerte débil pero lo eras para mí; te daba igual y no tenías términos ni posturas pero por mí, tomaste una.

Me escribías hasta el amanecer.

O te llamaba hasta que la llamada se cortaba.

Hasta las dos am o de cuatro a seis pm, después marchabas a tu partido.

A pesar de tener internet, facebook, llamadas o mensajes de texto, preferimos escribirnos en hojas de papel lo que ahora en Whatsapp podríamos habernos enviado. 

Un nada, un todo... un nada.

Te escuchaba, me escuchabas. Tu alma es ligera y bondadosa. Tu nombre es acompañado por algo celestial.

Tu amor por los animales me llenaba de orgullo.

Mi amor por ayudar y ser altruista, sacaba también sonrisas en ti.

Jamás le dijiste a nadie mis grandes secretos que me juraste guardar, lo cumpliste.

Me apoyabas, incluso sin saberlo. ¿Cómo podría decirte que ese día con mi novio terminé? Extrañamente eso me hacía sentir bien.

Y antes, me preguntabas por qué tu amigo no me gustaba más; la razón real era porque ya había alguien mejor que me esperaba, pero eso no te lo dejé saber.

Viniste a mí para preguntarme por qué lo dejaba, pero no te entrometiste más. Era como decirme hola o  dejarlo todo en un adiós.

Me lo repetía, y una voz monocorde que llaman pensamiento también lo hacía pero todo lo negué.

"Y te gusta, es bien parecido, es guapo, admítelo, es tu mejor amigo."

No lo comprendí.

Mientras te quedabas con tu familia en aquel viernes normal de noviembre, me fui. 

Los viernes te acompañaba y de ti más sabía. Los viernes por la tarde eran los días que te quedabas a esperar y, como cada día antes del comienzo del fin de semana esperé a tu lado. ¿Por qué lo hacía? No lo sé, tal vez eras tú o tu compañía que me hacía quedarme y esperar junto a ti.