VII

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Sentía la fría piedra clavarse en mi espalda mientras la lluvia me acariciaba el rostro. Contemplé el nublado cielo antes de que mi vista se desvaneciera.

Me despertó un dolor desgarrador, y con espanto contemplé el triste paisaje que me rodeaba.

La fría lluvia era intensa y la notaba penetrar hasta mis huesos. Mi pelo empapado se posaba sobre mis ojos dejando entrever el cielo del que había caído…

Un dolor punzante en el pecho me hizo reaccionar. Mi visión cada vez se nublaba más. Sentía el cansancio corromper mi cuerpo. Aún así, luché por salir de allí.

Ni siquiera yo lo recuerdo… pero algo en mi interior me hizo sacar fuerzas de donde pensaba que ya no había. El gélido viento de un cruel diciembre me azotaba el cuerpo, desprovisto de un refugio donde guarecerse.

Debía continuar, pues si no lo hacía, allí mismo podría encontrar mi final. Entre grandes árboles, enormes casas destrozadas por el paso de los años y enredaderas que por ellas trepaban, yo continuaba arrastrándome.

 ¿Cuánto tiempo estuve en ese estado? Solo recuerdo vagamente entrever las primeras calles tenuemente iluminadas por alguna que otra farola, y al amparo de esas calles me dejé llevar por el agotamiento y el dolor…

Sentí la calidez del lugar antes de despertar en mi cama. De algún modo u otro conseguí llegar hasta allí, tal vez mi subconsciente me sacara de aquél catatónico estado.

 No recuerdo cuánto tiempo estuve sumida en ese eterno sueño, pero las marcas en mi cuerpo me recordaban la terrible pesadilla que en aquella funesta noche sufrí. Empezaba a recordarlo todo lentamente mientras mi mente intentaba asimilarlo.

Pasó un tiempo y me acerqué al ventanal, y allí, desde la calle, alguien me observaba. Sentí su mirada clavarse en mí y malévolamente le vi sonreír… me sentí empalidecer y noté como la angustia se apoderaba de mi cuerpo. Pues él era el guardián de mis pesadillas, señor tenebroso que me aterraba.

Años han pasado desde entonces y su recuerdo, en sueños, a veces llega para torturarme. Pero ya no siento miedo, sé que todo acabó, pues aquél día fue el último que vi su figura ante mí, y sus diabólicos ojos nunca más me atravesaron el alma.

Aprendí a vivir con este peculiar recuerdo, y ahora, años después, su recuerdo ya no duele. Tal vez ahora, me atreva a abrir las puertas de mi alma para que un ser noble pueda ver lo que en ella se esconde…

Paranoias de una Mente PerturbadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora