Massachusetts, 1954Allegra Chandler trazó un círculo rojo alrededor del anuncio que acababa de leer. De todos los avisos buscando empleados, aquel había sido el único para el que se había sentido apta.
En él, un tal Thomas Bonham, buscaba a una mujer que pudiera hacerse cargo de la limpieza de su casa de dos pisos, y que pudiera ayudar, cuando fuese necesario, en la cocina.
Allegra había partido de su hogar en una villa cerca de Clacton, Essex. Habiendo muerto su madre, había cambiado su pequeña villa inglesa por un pequeño pueblo de Massachusetts.
Una prima de ella, al escuchar la noticia de la muerte de la madre de Allegra, y sabiendo por la muchacha que ya no conseguía trabajo en la villa ni en los pueblos cercanos a esta, la había invitado a quedarse en su casa hasta que pudiera buscar un trabajo y buscarse su propio lugar.
Allegra había aceptado casi enseguida. Con una educación más que básica, en su Inglaterra natal sólo había sido capaz de encontrar empleos en talleres de costura, o como sirvienta en casas de familias. Pero la situación económica no había sido la mejor en los últimos años, y se había quedado sin empleo unos días antes del fallecimiento de su madre.
Siendo hija única de una madre soltera, Allegra Josephine Chandler había hecho sus maletas y con sus últimos ahorros había comprado su boleto a Estados Unidos. Su boleto a una nueva vida, había pensado en aquel entonces.
Ahora llevaba dos meses viviendo en un pequeño pueblo de Massachusetts con su prima Lilah y el esposo de esta, Daniel. De no ser por este último, la muchacha hubiera podido permanecer más tiempo en la casa de su prima, trabajando contenta como camarera en la pequeña cafetería que Lilah y Daniel poseían. Pero el incesante acoso del hombre había hecho que Allegra tomara la decisión de irse de allí en cuanto encontrara el primer trabajo en el que le ofrecieran un cuarto para quedarse. Y el tal Thomas Bonham ofrecía eso.
—Sabes que puedes quedarte el tiempo que quieras, Ally—le dijo su prima notando que la muchacha aún leía los clasificados.
Allegra irguió la cabeza y clavó sus ojos castaños en el rostro de su prima.
—Lo se, Lilah. Y te agradezco todo lo que has hecho por mí—le agradeció esbozando una sonrisa triste—. Pero me parece que es hora de que Dan y tú vuelvan a tener su espacio. En cuanto los hijos lleguen...
—Aún no estoy... Aún falta para eso—masculló Lilah haciendo luego una mueca.
Con ese hombre no te conviene. Podrías tener algo mucho mejor, pensó Allegra.
Lilah era una mujer amable y hermosa. Su cabello castaño lacio llegaba hasta los hombros y tenía unos bonitos ojos verde claro. Además era alta y esbelta.
A los ojos de su prima, Lilah podría haberse enamorado de un hombre que la valorara. Allegra ni siquiera podía entender qué podría ver Daniel en ella para que decidiera arriesgar su matrimonio con una mujer como Lilah.
La muchacha no se consideraba la gran cosa. Su cabello no era lacio, pero tampoco enrulado, sino que caía en unos sutiles rizos por su espalda. Ella no era alta como su prima, sino que apenas alcanzaba el metro sesenta. Tampoco era esbelta. Su cintura y sus muslos eran algo anchos y allí se distribuían los cinco o seis kilos que tenía de más.
Con respecto a su rostro, ella lo veía como el epítome de lo ordinario. Excepto por una nariz que no había considerado fea hasta que una niña en la primaria le había dicho que era demasiado alargada. Sus labios eran carnosos, pero para ella sólo acompañaban a su pobre nariz.
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Las estatuas
RomanceDespués de dejar Inglaterra e ir a vivir un tiempo con su prima en Massachusetts, Allegra Chandler decide buscar un empleo y otro lugar para vivir. No sintiéndose apta para otra cosa, comienza a trabajar para un escultor a las afueras de la ciud...