Capítulo cinco

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     Eran ya las nueve de la noche. Allegra estaba regresando de la cocina, después de recibir el permiso de Calista para terminar con sus quehaceres del día y retirarse a su dormitorio.

    La joven mujer estaba llegando al vestíbulo cuando un quejido la sorprendió. Casi de inmediato advirtió al hombre al pie de las escaleras llevándose una mano a los ojos.

    Al reconocerlo, intentó dar un paso hacia atrás para evitarlo. Pero este notó su presencia.

    Thomas Bonham rió por lo bajo y meneó la cabeza.

    —¿Señorita Chandler?—inquirió ladeando la cabeza, buscándola con la mirada.

    La mujer salió de la oscuridad del pasillo con la cabeza baja, pateándose mentalmente pero sin saber si estaba enojada consigo misma por haber intentado esconderse como una niña, o por no haberlo hecho a tiempo.

    —¿Allegra?—insistió Thomas al no recibir una respuesta en palabras. Su tono casi juguetón.

    La mujer se acercó lentamente, disimulando hasta donde podía su reticencia.

    —Buenas noches, señor Bonham—lo saludó levantando apenas la cabeza.

    Thomas Bonham entrecerró los ojos y sonrió de costado.

    —¿Me pareció a mí o te estabas escondiendo? ¿No tenías ganas de saludar a tu nuevo empleador?

    Allegra tragó con dificultad y meneó la cabeza. Las palabras de su nuevo empleador se arrastraban un poco, y su dueño se balanceaba un poco en su lugar.

    —No es eso, señor—repuso ella suavemente, reconociendo en seguida en qué estado se encontraba el hombre.

    —Señor—repitió Thomas arrastrando un poco la r—. Al menos sabes cuál es tu lugar—añadió enarcando las cejas.

    Allegra agachó la cabeza una vez más.

    Cada día aprendía un poco más sobre cuál era su lugar en el mundo. Huérfana de padre y recientemente de madre, lejos de su casa, y obligada a alejarse de la familia que le quedaba por un asqueroso hombre que no valoraba a la mujer que tenía al lado. Y trabajando para otro hombre que la veía como un ser inferior a él. Ese estaba siendo su lugar, hasta donde había entendido. A menos que a Thomas Bonham se le diera por agregar algo a la lista.

    El hombre notó la forma en que ella apretaba los labios y seguía con la cabeza agachada.

    —Eso me... eso me agrada, Allegra—farfulló él—. Que no seas orgullosa. Me agrada. Los jóvenes hoy en día...—farfulló el hombre trabándose un poco en su discurso—. Aunque en realidad, tampoco eres tan... tan joven. ¿Qué edad dijiste que tenías?

    La mujer levantó la cabeza y enfocó la vista en el rostro de Thomas. Se lo veía algo confundido.

    —Veintiseis, señor—contestó ella suavemente.

    El hombre dio un vacilante paso hacia ella y entornó la mirada.

    —Entonces es joven—farfulló como para sí mismo—. Pero no tanto...

    Entonces se balanceó un poco en su lugar y posó una mano sobre sus ojos cerrados, como si estuviera algo mareado.

    —Ayúdame a subir—pidió al abrir los ojos.

    Allegra parpadeó rápidamente.

    —¿A subir?—inquirió no estando segura de haber escuchado bien.

Las estatuasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora