Capítulo siete

458 49 46
                                    

    Allegra se sentó en una silla en la cocina con una pequeña botella de Coca-Cola. Aquel día era el primer domingo que pasaba con Lilah después de haber empezado a trabajar en la casa de Thomas Bonham.

    Si bien se suponía que debería haber estado libre al mediodía, Calista la había hecho trabajar hasta la una y media. Y Allegra sospechaba que la cocinera aún no la había perdonado por haber limpiado el taller de Bonham sin pedirle permiso a ella.

    Ahora se encontraba en la cocina de Lilah. Las cosas estaban yendo bien en el café que ella y su esposo atendían. Y Daniel había convencido a su esposa de que los empleados podían ocuparse del establecimiento los domingos, para que ellos pudieran descansar ese día.

    —¿Y qué tal la nueva empleada?—inquirió Allegra mirando a su prima, que también se había sentado con una botella de Coca-Cola en la mano.

    Lilah sonrió de costado.

    —Es una chica muy responsable. Si no fuera por ella, y por Randy y Mary, Daniel no hubiera podido convencerme de que nos tomáramos los domingos.

    Allegra asintió con la cabeza.

    —Me alegro por ti. ¿Cuál era su nombre?

    —Carol. Y dice que tiene una hermana que está buscando trabajo. Pero no me convence del todo.

    Allegra ladeó la cabeza, esperando la explicación de su prima.

    —La hermana de Carol cumple diecisiete en dos meses—explicó esta con una mueca—. Y sé que es normal que algunos chicos empiecen a trabajar a esa edad, con permiso de sus padres. Pero no confío mucho en los jovencitos.

    La otra fémina asintió con la cabeza.

    —Quizás puedas esperar unos meses más. Quizás encuentre trabajo en otro lado.

    Lilah le dió un pequeño sorbo a su Coca-Cola y asintió con la cabeza.

    —Suficiente de la cafetería—musitó—. ¿Cómo has estado tú?

    Su prima esbozó una sonrisa desganada.

    Su casi semana en la casa de Thomas Bonham había sido terrible. Si bien Calista no había vuelto a gritarle y sólo le hablaba para darle órdenes, la mujer se había vuelto bastante quisquillosa con el trabajo de la joven mujer. En varias oportunidades le había hecho volver a lavar prendas que ya habían pasado por el lavarropas y habían quedado a los ojos de Allegra, impolutas. O la había hecho limpiar habitaciones de las que ya se había encargado de limpiar recientemente.

    Y eso sólo en lo que a Calista Fontenot correspondía.

     Después de esa vez que Bonham, bajo el efecto del alcohol, le había gritado y se había puesto a llorar, el hombre no había vuelto a solicitar su presencia delante suyo. Calista había vuelto a llevarle su desayuno, almuerzo, y cena. Y Allegra sólo lo había vuelto a ver al pie de las escaleras dos veces más. Sin embargo, recordando su experiencia anterior con su empleador, sólo había permanecido escondida hasta que el hombre había subido y entonces se había escabullido a su dormitorio.

    —Bien—contestó la morocha intentando una sonrisa más convincente. Pero esta no llegó a sus ojos, sino que sintió que le escocían un poco.

    La otra mujer hizo una mueca, creyendo ver por dónde venía la infelicidad de su prima.

    —¿Qué tal Bonham? ¿Se ha portado mejor?

    La morocha le dió un sorbo a su pequeña botella y se encogió de hombros.

    —Tiene sus momentos—masculló agachando la cabeza.

Las estatuasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora