• Capítulo I.

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• Capítulo I.

1757.

En medio del territorio silvestre que se disputaban la corona inglesa y la corona francesa tres hombres ajenos al conflicto entre las naciones se hallaban corriendo tras un venado. A medida que corrían sus respiraciones se iban haciendo cada vez más agitadas, sin embargo y a pesar de lo cansado que se encontraba uno de los hombres aprovechó el momento en el que su presa subía por una pendiente, cargó el rifle y tras apuntar bien a su blanco jaló el gatillo sin dilación. En el momento en el que el disparo se escuchó aquel animal al que llevaban siguiendo por hora y media cayó muerto.

Inmediatamente los tres varones se acercaron a verlo y el más grande de los tres empezó a rezar una especie de plegaria para que el alma del animal encontrara el descanso eterno.

-Hermano, lamentamos tanto haberte asesinado, gracias por habernos brindado tu carne para alimentarnos. Ve con paz a tu siguiente vida -dijo el hombre mayor tras acariciar el cadáver de su presa.

Era el momento de volver al lugar donde estaban habitando, por lo que no perdieron mucho tiempo y entre los tres subieron el cuerpo de la criatura a un caballo, alejándose de la escena.

Estos valerosos hombres no eran cazadores comunes y corrientes, eran hombres libres como el viento. No estaban comprometidos con ninguna causa más que la de su corazón. Iban de un lado a otro, podría decirse que eran como nómadas ya que hace años se quedaron sin ningún sitio al cual volver y llamar hogar, eran simples comerciantes de pieles con un gran don para la caza y la lucha con armas y cuerpo a cuerpo.

-La caza de hoy fue muy buena, hijos míos -volvió a hablar el hombre mayor-. Estoy orgulloso.

-Yo no hice la gran cosa padre, Meliodas fue quien se ha llevado el mérito en esta cacería -comentó un joven de cabellos terracota y ojos del color del ámbar.

-Gracias, pero no hubiese sido posible sin ti, después de todo tú fuiste quien me dio la idea de disparar en ese preciso instante -respondió un rubio de ojos esmeraldas.

-Ustedes hacen un gran equipo, me siento orgulloso de ustedes -habló nuevamente el hombre mayor, quien poseía cabello color anaranjado y ojos turquesas.

Cuando por fin volvieron fueron recibidos por una mujer de cabellos azabache quien sin dudarlo le dio un beso en los labios al hombre de cabellos anaranjados a modo de bienvenida y un abrazo a los dos jóvenes.

-¡Me hace tan feliz verlos, estaba preocupada! -exclamó aliviada.

-No tenías nada de qué preocuparte madre, sabes que nosotros somos los mejores gracias a que papá nos entrenó -dijo el joven de cabellos terracota, abrazando amorosamente a su progenitora.

-Lo sé mi King, pero incluso así no puedo evitar preocuparme. Sabes que hay muchos hombres blancos rondando por estas tierras, tengo miedo de que les hagan algo -confesó la mujer tras separarse del abrazo.

-Todo va a estar bien Merlín, los muchachos son fuetres y ni siquiera esos hombres blancos podrán con nosotros -sentenció el patriarca de la familia.

-Padre tiene razón, aunque no niego que me gustaría quedarme contigo para protegerte como se debe. No me gusta que estés sola con esos invasores alrededor -admitió Meliodas visiblemente incómodo.

-Oh no te preocupes por eso hijo, Ban el esposo de tu hermana Elaine es lo suficientemente fuerte como para protegernos -calmó Merlín.

-En eso tienes razón, al menos me alegro de que Ban esté al pendiente de ustedes -sonrió el rubio.

Tras esa charla breve entraron a la cabaña donde se estaban hospedando temporalmente y el trío de hombres sonrió al ver la cena ya dispuesta, debido a la corrida que dieron tenían un hambre voraz y lo único que deseaban era sentarse y comer en familia, ya después se encargarían del trabajo que tenían pendiente.

❝ Le dernier des Mohicans ❞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora