• Capítulo III.

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• Capítulo III.

Los ingleses guiados por los tres nativos estaban caminando en una dirección que los blancos desconocían totalmente, pero no tenían otra alternativa más que confiar en que no serían guiados a otra trampa para masacrarlos. Llegaron a una cascada pequeña y como no había otro camino a la vista el nativo mayor escaló por el borde de rocas de la cascada, siendo secundado por su hijo mayor; los militares resignados imitaron el gesto y Arthur que había sido el último hasta ahora estaba ayudando a su prometida Elizabeth a escalar, ya que con la larga falda del vestido azul que llevaba puesto no podía escalar muy bien que digamos. Por otro lado Diane se quedó unos segundos observando la belleza de aquella cascada, sin percatarse de que estaba siendo vista por el mohicano más joven.

King por su parte no pudo evitar quedarse como un idiota observando a aquella hermosa señorita que estaba fascinada por lo que le ofrecía la cascada. Su corazón latió estrepitosamente y casi sintió sus mejillas ruborizarse sin razón aparente. ¿Qué es lo que estaba haciendo aquella dama con él?, ¿por qué se sentía así cada vez que la miraba?

Tan absorto estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que estaba quedándose atrás, y es que mientras él estaba metido en sus lagunas mentales Diane empezó a escalar. Rápidamente King escaló también la pared de rocas, estando pendiente de que la señorita delante suyo no tuviera un accidente infortunado por pisar en el lugar incorrecto, y sólo pudo estar calmado cuando ambos alcanzaron al grupo ilesos.

—¿A dónde vamos exactamente? —preguntó uno de los hombres blancos, el de cabello rubio.

—Nos dirigimos a una aldea cercana, espero que no les moleste —respondió su padre.

—¡No tenemos tiempo para estar deteniéndonos, tenemos que llegar a más tardar en un lapso de tres días al Fuerte William Henry! —exclamó el mismo blanco.

—Y nosotros no estamos trabajando para usted, así que su opinión está de más aquí, caballero —contestó, algo fastidiado ya por la actitud de aquel hombre blanco.

—Ya está bien, no importa Howzer, la verdad es que a Elizabeth y a mí nos vendría bien descansar —intervino la bella señorita de cabellos castaños de la que no podía apartar la vista.

—Diane tiene razón, estás actuando como un idiota, Howzer —recriminó el otro hombre blanco—. Lamento mucho la descortesía de mi compañero, caballeros.

—No se moleste por eso, mejor explíqueme que es lo que estaban haciendo con ese hurón —dijo Meliodas.

—¿Hurón? Que nosotros sepamos ése era un guía Mohawk.

—Era un hurón, señor. Y quería matar a la señorita de cabello oscuro —volvió a decir Meliodas.

—¿A la señorita Diane? Eso es imposible, ella jamás habló con ese hombre, no tenía motivo alguno para hacer eso —dijo Arthur escandalizado tratando de que Howzer no volviera a abrir la boca.

Ya no pudo seguir atento al resto de la plática, todo lo que tenía en mente era aquel nombre. El nombre de esa hermosa señorita era Diane, un nombre precioso para una dama igual de bella, un nombre que le quedaba a la perfección a alguien como lo era ella. Nuevamente se sonrojó ante esos pensamientos y por el rabillo del ojo pudo observar a Diane mirándolo, seguro pensando que él era un idiota que se sonrojaba por todo.

Ahora quería ser tragado por la tierra, había sido descubierto espiándola y pensando cosas raras de ella, jamás se lo perdonaría. No obstante en medio de sus delirios notó que los finos labios de la mujer esbozaron una sonrisa tímida que era exclusivamente para él. Sobra decir que este hecho lo impactó y le provocó una sensación de cosquilleo en el estómago, con trabajos pudo responderle el gesto sin verse y sentirse como un idiota al no saber lo que le ocurría cada vez que sus ojos la observaban, quizá tendría que preguntarle a Elaine o a su madre, confiaba en que siendo mujeres sabrían lo que le pasaba.

❝ Le dernier des Mohicans ❞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora