Pedacitos de mi vida

Mirar hacia el interior.

Decía Tales de Mileto que la cosa más difícil del mundo es conocerse a sí mismo. Conocerse bien representa un primer e importante paso para lograr ser artífices de la propia vida, y quizá por eso se ha planteado como un gran reto para el hombre a lo largo de los siglos. Vivimos encerrados en nuestra propia nube mientras buscamos fuera lo que no tenemos por dentro sin darnos cuenta que precisamente ese conocimiento y esa búsqueda nos lleva a perder el miedo y a vivir en paz. Observarse a sí mismo es como asomar la cabeza un poco por encima de lo que nos está ocurriendo, y así tener una mejor conciencia de cómo somos y qué nos pasa. “Nuestro corazón - escribe Susanna Tamaro - es como la tierra, que tiene una parte en luz y otra en sombras. Descender para conocerlo bien es muy difícil, muy doloroso, pues siempre es arduo aceptar que una parte de nosotros está en la sombra. Además, contra ese doloroso descubrimiento se oponen en nuestro interior muchas defensas. El orgullo, …  la presunción de ser amos inapelables de nuestra vida, … y la convicción de que basta con la razón para arreglarlo todo. El orgullo es quizá el obstáculo más grande, por eso es preciso valentía y humildad para examinarse con hondura”. Podemos escapar de muchas situaciones en esta vida pero de lo que seguro no podemos huir es de nosotros mismos. Conocernos implica vivir una vida más coherente. Equivocarse es humano, no sé si lo es tanto  permanecer en el error e incluso repetirlo. Tenemos una tendencia a recaer en los mismos errores, y aun no sé muy bien porqué. La sensación de conocernos nos hace sentir más libres, ya que muchas de las ataduras que tenemos son falsas, erróneas y ocasionadas por intentar aparentar algo que no somos pretendiendo encajar en lo que los demás esperan de nosotros. Conocerse es liberador y la sensación de libertad, refrescante y adictiva.

Que la noche nos ayude a conocernos para poder conocer mejor a los demás