La bella Aria

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En realidad, no es tan malo ser yo, a pesar de los relatos que les han llegado y la creciente propaganda cinematográfica, la verdad es distinta, pero ¿Qué esperaba? ¿Qué me recordaran como una mártir? ¿Cómo una doncella en apuros? ¿O como la villana que se come a los niños?, la verdad nunca fui ninguna de esas, solo era una inocente. Mi nombre original es Aria, que significa Luz, pero ustedes me conocen como Medusa.

Crecí a las orillas del mar Egeo, -donde uno de los oceánidas se reúne con el ponto-, que tomó el nombre del ser que en él se suicidó, como les decía, mi nombre significa luz, mi madre me puso ese nombre porque cuando nací yo, una luz proveniente de una estrella se filtró por la ventana y me ilumino, los sabios dijeron que debía ser una señal de aprobación de algún dios, mientras crecía, la luz sobre mi canapé seguía repitiéndose noche tras noche, y lo mejor era que cuando abría los ojos, podía reflejar los ojos con efectos tornasolados, con efectos cromatizados, cuando cumplí 15, los hombres de mi aldea comenzaron a pelear por mí, todos querían desposarme, pero antes de que pudiera decir mi opinión, se determinó que no debía ser de nadie de la aldea, así se evitarían los desencuentros, cierto día después de caminar por una calzada con precioso mármol y grandes fuentes decorativas sucedió, a la luz de la aurora se hizo visible una telaraña entre dos arcos del puente, la telaraña tenía la inscripción en griego "Άρια, υπηρέτρια της Αθηνάς" que traducido significa: "Aria, sierva de Atenea".

El viaje a la isla de Ateba fue sobre todo lúgubre y silencioso, pensaba en lo que me depararía el futuro, no lo sabía, tenía miedo y estaba sola, lloré porque nunca tendría mi propia familia, no podría quedar encita y dar a luz hijos a los que amar, mi vida había sido consagrada a una diosa que nunca había visto, y que a pesar de ser diosa de la sabiduría muy a mi modo de ver se había equivocado conmigo, no tenía nada en especial.

Llegué a la isla un día después de cumplir los 16 años, y para mi sorpresa, sobre mí se erguía un majestuoso templo de piedra caliza tallada sobre la misma montaña, todo hecho sobre una sola pieza, todas las noches cumplía con mis obligaciones, las había visto en mi mente, jamás dejar que se apagara el fuego sagrado del altar, era fuego otorgado por la divina Hestia, cultivar las vides y tener las lanzas siempre en orden y con especial brillo, poner los aloes sobre la cama, ordenar la mirra y el laurel sobre las cestas y preparar aceites especiales, aclaro que todos los días debía bañarme antes de que el señor Helios y su Cuadriga de briosos corceles recorrieran el antiguo cielo, solo durante el momento en que Eos señora de la aurora dominaba la luz podía bañarme, de esa forma evitaba que mortal o divino osase mirar desnuda a la sierva de la siempre virgen Atenea.

Durante 10 años cumplí mi labor, jamás me quejé o lloré mi vida, pero de vez en cuando mientras miraba al sol ocultarse por el mar me imaginaba a mí misma con un ser que fuera mi igual, en específico, un hombre que me amara como se amó Psique y Eros, Como Hades amaba a Perséfone, o como Poseidón amaba a Anfitrite.

Un día olvide un mandato especifico, únicamente podía bañarme en fuentes de agua, nunca en ríos o el mar, pero ese día las nubes del firmamento llovieron a cantaros sobre el templo, provocando que las antorchas de la entrada se apagarán, un céfiro del este pareció tomarme y arrastrarme por la tierra, manchando mi traje ceremonial de lino y seda, no podía entrar a donde la diosa vestida de esa manera, así que esperé a que la aurora anunciase su llegada y mientras tanto caminé por la blanca arena del mar, esperando las hiperbóreas señaladas, grave error, y descuido mío, la oscuridad del erebo mismo me impidió ver mis propios pasos y caí en una parte del mar, una corriente me arrastró a mas adentro y asustada empecé a invocar a la diosa, pero no apareció, cuando mis fuerzas estaban a punto de extinguirse, sentí unos fuertes brazos acunarme y mecerme sobre las olas, como una cometa sorteando los vendavales, la mar se calmó y sabía que un ser marino me había rescatado.

En efecto era un ser hermoso de verdes ojos y porte de guerrero, su lanza blandía con una mano para ahuyentar a criaturillas curiosas que se acercasen, cuando me deposito en la arena me pidió con la mirada que me soltase de él, y haciendo una reverencia me susurró con su voz áspera y varonil.

-Soy Axio, oceánida del rio de las montañas sibilinas, que desemboca en el mar más allá del templo, venia de visitar a mi padre océano y mi madre Tetis, ¿cuál es su nombre jovencita?

No podía responder, jamás nadie me había tratado con tanta amabilidad, así que solo pude mirarlo y hacerlo a el rostro de mis sueños más profundos.

-Soy Aria, sacerdotisa de Atenea, -al decir esto juro que vi decepción en sus ojos, se introdujo de nuevo al océano y dándome la espalda me dijo muy suave:

-El fuego de Hestia está a punto de extinguirse, mira que debes mantenerlo con vida, regresa a tu templo que yo regreso a mi morada más allá del límite de los cabos de Gea, si quieres que te valla bien cuando te marches no mires nunca hacia atrás, ¡Júralo ante todo!

-Lo juro, Gracias por todo, Axio, señor del rio más bello, de todos,- y dicho eso me di la vuelta y salí corriendo al templo, pero quería ver si ya se había marchado, así que tome mi espejo de cobre que tenía sobre el Himatión en mi cuerpo y lo puse hacia atrás, no rompería mi promesa, solo miraría hacia adelante, al espejo y este me mostraría el reflejo. Lo vi, lo vi observándome como un fuerte ciervo observa a la cierva y sus cervatillos, mientras su cara se contorsionaba de una expresión de dolor.



YO, LA IDIOTA ANTES DE SER MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora