Después de la tormenta viene la calma...
Muerdo mi labio con fuerza, mientras sorbo mi nariz, y entrecierro los ojos con sueño. Pero no importa, la noche fue una mierda para poder dormir, cuando tengo algo maravilloso ante mis ojos. No debí salir corriendo de la casa de Caleb sin nada con qué taparme. Y después maldigo a Dante por tener sus defensas tan altas. Gruño una vez más, y él ni siquiera me ha visto. Lo sé, porque si no, ya me hubiera guiñado un ojo o algo.
O tal vez sí fue buena idea salir corriendo sin saber que semejante hombre me seguiría. Ladeo mi cabeza, mirando los abdominales que se trae el muy cabrón. Aprieto con más fuerza el pañuelo lleno de mocos en mi mano, tratando de no calentarme ante semejante vista de su trasero al darse la vuelta en sólo unos pantalones de chándal. Su cabello cae húmedo en su frente, pareciendo desaliñado y muy atractivo. Ha estado leyendo en su cama por una hora, sin percatarse de mi mirada pervertida en él.
¡Y es que, ¿quién se resistiría a él?!
— ¡Verónica! ¡Tienes 40° de calentura! ¡¿Qué haces ahí?! —Pronto mi madre me ha tomado del brazo, y arrastrado hacia la cama, mientras lloriqueo inútilmente.
— ¡Juro que no hacía nada, mamita! ¡Sólo tomando aire fresco! —Gimoteo con enojo, y mis mejillas están rojas de la vergüenza, pero mi madre no lo nota porque piensa que es de mi calentura. Sí, estoy resfriada desde que empecé a estornudar cada minuto sin parar en el desayuno.
—Tonterías, estabas pervirtiendo a Dante, y además, tu ventana está cerrada, ¿cómo pensabas tomar aire fresco sin tenerla abierta, niña irresponsable? —Reclama mi madre con voz autoritaria. Suspira, caminando hacia la ventana, y cuando ve a través de ésta, alza las dos cejas—. La verdad es que no me quejo si él se vuelve el padre de tus hijos. Está buenísimo.
—Mamá, ¡no lo mires, que es mío! —Gruño, tratando de levantarme de la cama, pero unos brazos lo impiden y ese ya no es mi madre. Sebastián me mira con el ceño fruncido y un tapabocas para que no enferme él también.
—No te pares o contagiarás a toda la casa, tú vieja loca —con guantes me empuja para que me pueda acostar—. Hago esto porque quiero mucho a Betty para que tú arruines su salud con tus gérmenes.
— ¿No tienes nada mejor qué hacer, niño? —Refunfuño entre dientes. Él alza las cejas, y se encoge de hombros.
—Me están pagando cincuenta por hora para que no te levantes de la cama mientras llega la abuela Liliana. Así que no tengo nada mejor qué hacer —escucho cómo chasquea la lengua, y entrecierra los ojos.
— ¡¿Llamaste a la abuela?! Oh no, creo que me estoy asfixiando..., muero, madre... Espero que pongas mi foto en el altar de muertos y no me olvides —toso dramáticamente, mientras veo cómo mi madre rueda sus ojos, suspirando en cansancio. Sólo que Sebas sí parece creérselo, porque frunce el ceño haciendo un puchero.
—No te mueras, Verónica, por favor. Será mi culpa si te pasa algo —solloza, las lágrimas cayendo por sus mejillas. Abro los ojos como platos al verlo de aquella forma por mí—. Por favor, por favor, hermanita mayor. No te vayas, yo seré un mejor hermano menor... —Hipa en promesa.
—Amigo, no me estoy muriendo... descuida, no llores —me siento en la cama, tratando de limpiar sus lágrimas.
—Ya, no estás muriendo más —Sebas se limpia las lágrimas falsas que soltó, y después sonríe inocentemente—. Tengo doce pero no soy estúpido, Verónica.
—Eres bueno, con razón mi madre te ha contratado para cuidarme —vuelvo a recostarme en mi cama. Sebastián sonríe maliciosamente cuando mi madre le palmea el hombro riendo.
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Desafiando a Dante (Desamores #1)
Novela JuvenilVerónica Zaragoza está metida en problemas; de eso está muy segura la chica que no puede evitar babear por el hermano menor de su mejor amiga, quien es su protegido, pero él parece odiarla o evitarla como si fuera una peste, y ella verdaderamente no...