Regreso

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Una bajada en la temperatura nos sirvió de indicador de que el día había seguido avanzando y debíamos regresar al hotel si no queríamos que nos diera la noche en el camino. Nos apuramos en llegar junto a las cuatrimotos y retomar la trocha que llevaba hasta la carretera de regreso. Empezaba a soplar un poco de viento y resultaba fastidioso porque levantaba la arena del camino que era principalmente de tierra y piedritas. 

Queríamos apurarnos porque no teníamos la más mínima intención de quedarnos sin luz para ubicarnos, además de que la temperatura no tardaría en bajar. Sin embargo la cantidad de polvo que se elevaba era fatal, nos obligaba a reducir la velocidad y a entrecerrar los ojos. Un gritito me indicó que esa precaución no había sido suficiente. Ambos frenamos a un lado del camino, donde no estorbábamos pero resultábamos bastante visibles para cualquier conductor que pudiera estar viniendo demasiado rápido. 

-¿Qué pasó?

Sabrina apretaba los ojos con fuerza y el ojo izquierdo lloraba sin parecer tener intención de detenerse. Cuando quise mirar, se tapó el ojo con la mano, más como sujetándolo como respuesta al dolor que por protegerlo de mí. 

-Me entró algo -se lamentó -¡Arde!

-Déjame ver -le pedí.

-¡Sácamelo!

-Si abrieras el ojo, quizás podría ver qué ocurre...

-No puedo abrirlo.

-Claro que puedes, relájate un poco.

Intenté cuidadosamente sujetarle el rostro pero ella soltó otro chillido de dolor.

-¿Acaso se te metió algo vivo que se mueve? -mascullé fastidiado. 

Esta vez su exclamación se debió al susto y la sorpresa la hizo abrir los ojos. El izquierdo lo tenía bastante rojo y se cerró de manera casi automática.

-¿Qué tengo? -se lamentó.

-Si no me dejas ver, jamás sabré -contesté comenzando a impacientarme.

-Me arde.

-¿De veras tienes algo o solo estás exagerando? Si es polvo se va a ir con lo que te lagrimee el ojo. Llora un poco.

Me fulminó con la mirada y el ojo rojo y lloroso pareció reprocharme haber insinuado siquiera que no estaba gravemente herido. 

-Es como pisar un lego o arrancarte de más un pellejito en el dedo. Es una cosa chiquitita pero duele horrible.

Tratando de calmarse y respirar pausadamente, se dejó revisar. Se sentó en la moto y yo le sujeté el rostro del mentón. Sentí que se tensaba, me pareció notar un titubeo, pero cuando sus ojos intentaron encontrarse con los míos el movimiento la hizo soltar un quejido de dolor. Le pedí que mirara hacia todos los lados tratando de encontrar el problema. Finalmente los divisé. Tenía una pequeñísima piedra y una pestaña metidos por el párpado inferior.

-La pestaña de seguro se cae ahorita con todo lo que te está llorando el ojo, pero la piedrita...

-¡Sácala!Me aterra que me raye la córnea.

-¿De dónde sacas tú esas ideas?

Soltó un suspiro. 

-Por favor -rogó.

-Está bien, claro que la saco... pero no sé bien cómo, me preocupa hacerte doler -le dije examinando su ojo. 

Estaba acercando ya mi mano lentamente cuando me detuvo sujetándome de la muñeca.

-¿Qué ocurre?

-¿Tienes las manos limpias? Me va a dar una infección horrible sino.

-Vas a tener una infección espantosa de todas maneras si eso se queda ahí -repliqué -las tengo lo más limpias posibles. 

De todas formas busqué en la mochila una de las botellas de agua que habíamos llevado y me enjuagué un poco la mano. 

-No te muevas -le advertí.

Con mucho cuidado intenté sacar a los pequeños intrusos en su ojo. Sabrina tenía una mano bien cogida a mi brazo y por momentos clavaba sus uñas en mi bícep. 

-Ya está -le avisé mostrándole triunfalmente la piedrita que se había resistido a abandonar el ojo.

En ese momento me di cuenta de cuán cerca estábamos. Sabrina había sacado un poco de papel de su mochila y cuidadosamente se cubría el ojo que no paraba de lagrimear, pero no parecía haber notado los pocos centímetros que nos separaban. 

-¿Vas a poder manejar? -pregunté alejándome.

-Es increíble lo mucho que una piedra enana puede lastimar -susurró antes de añadir en voz alta -Voy a tener que poder hacerlo, no podemos dejar la cuatrimoto aquí. Si le pasa algo, no puedo pagarla. 

-Me sorprende que los del hotel no hayan salido a buscarlas aún. 

-¿A las motos? -sonrió divertida olvidándose por unos segundos de su ojo adolorido -¿No a nosotros?

-Sospecho que les importan más las motos. Además, sin nosotros se librarían del problema de un pésimo registro de cuarto.

Me alegré de lograr sacarle una risa aunque no dejaba de cubrirse y secarse lágrimas.

-¿Sería demasiado incómodo si digo que no me molesta tanto el problema del registro? -alargó especialmente la "a" de tanto.

La miré unos segundos. Había dicho eso muy suavemente y sin mirarme directamente. 

-En el hipotético caso que lo dijeras, supongo que yo podría estar de acuerdo -le sonreí.

-¿Hipotéticamente de acuerdo? -me devolvió la sonrisa.

-Hipotéticamente. Ahora, déjame revisar tu ojo de nuevo.

-¿Cómo está? -preguntó.

Con mucho cuidado examiné, abriendo cautelosamente sus párpados pero poniendo especial atención en no hacer presión.

-Rojo. Me parece que se va a hinchar. ¿Sigue doliendo?

-Ya no tanto. Al menos no de esa manera desesperante. No arde ni raspa. Solo se siente lastimado.

-Deberíamos apurarnos en regresar. Llegando podrías ponerte manzanilla para desinflamar. Además, ya está oscureciendo.

-Y haciendo frío. 

El resto del camino fue sin mayor problema, aunque tratábamos de controlar aún más la velocidad para no levantar polvo, mucho menos, más piedras. Yo iba un poco detrás, vigilando cómo conducía, sin decírselo. No estábamos muy lejos del hotel cuando me di cuenta que Sabrina me estaba diciendo algo, pero no lograba entenderla por el ruido de las motos.

-¿Qué ocurre? -le pregunté alcanzándola.

-Que me ha parecido que está empezando a llover.

Efectivamente había empezado como a chispear. Aún así no nos atrevimos a acelerar mucho. Por suerte estábamos cada vez más cerca.

-No sabía que estuviéramos en temporada de lluvias -me lamenté cuando fue evidente que no lograríamos escapar de esa.

-¡Yo tampoco! Pero mira el lado positivo.

-¿Hay un lado positivo de quedar bajo la lluvia? -fruncí el ceño.

La primera vez no escuché su respuesta porque era difícil mantenernos a la par con las cuatrimotos y el camino además del ruido. Cuando lo repitió sonreí. "Tiene que haber un lado positivo porque sino se confirmaría mi mala suerte". Recordé aliviado que mi cámara estaba más que bien protegida. Pude sentir que me miraba, pero cuando voltée mis ojos hacia ella, ya se había concentrado de nuevo en el camino.

Para cuando llegamos al hotel bañados por la lluvia, cansados, con frío y hambre. Sin embargo bastó con una mirada que intercambiamos para que supiéramos que ambos concordábamos en que había valido la pena. 

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