Petra mordió la jugosa manzana sin quitar de encima los ojos de los dos animales. Los tigres seguían leyendo y riéndose con extensos maullidos de lo que leían, el libro que al parecer les había llamado la atención y estaban viendo era Mi Lucha, de Adolf Hitler. Las carcajadas continuaban a medida que avanzaban con el libro. Ella pensó que tal vez les hacía gracia la estupidez humana. Quién sabe. Si ellos podrían hablar en español tal vez le habrían aclarado el panorama.
Había estado un buen rato de pie observándolos, luego de que tropezase con el segundo tigre. Finalmente, cansada de esperar tal vez una muerte o despertar del sueño que a ella le parecía estar viviendo
tan real, tan real
decidió sentarse en el otro extremo de la mesa. En realidad, lo decidió su estomago, quien gruñía incesantemente al ver la jugosa y apetecible fruta sobre la mesa. Se preguntaba quien la había puesto allí. Tal vez la señora Madison, con su infinita bondad, se había colado en su departamento para dejar aquel preciado regalo. Casi podía asegurarlo.
Así, a pesar de que le carcomían los nervios, se había sentado a degustar la fruta, ya que más que el miedo le carcomía el hambre. Sus invitados parecían haberse olvidado de ella, lo que era un gran alivio para Petra.
Sin embargo...
Por favor quiero despertar de este horrible sueño.
Ese fue su último pensamiento antes de probar la deliciosa naranja, el jugoso mango. Producía pequeñas expresiones  de placer  el dar mordisco tras mordisco, agradeciendo mentalmente a la señora Madison o quien fuera que hubiera colocado eso sobre su mesa de desayuno.
Ahora no quería despertar, al sentir como su estomago se iba llenando poco a poco.
Ya pensare que hacer con estos animales. Primero; la comida.
Pensó que debía ponerle nombres, ya que parecían muy intelectuales y no podía llamarlos tigre 1 y tigre 2.
Se levanto, asegurándose de no cortar el clima que se había producido en la cocina (sin saber si era bueno o malo) y tomo uno de sus libros de la pequeña estantería sobre la mesa. Pasó las hojas rápidamente y encontró lo que estaba buscando.
_Ejem._ su vos salió demasiado aguda y alta.
Los dos tigres seguían sumergidos en el libro, pasando las páginas con sus enormes patas y riéndose de vez en cuando.
_Emm...
¿Cómo hablarle a un par de tigres? Despues de todo, eran tan solo dos gatos enormes, ¿no?
Gatos con enormes zarpas y dientes que desgarran carne humana.
Dos pares de ojos cayeron con peso sobre ella. El primer tigre volvía a tener la expresión malhumorada, como si la interrupción de Petra lo molestara de sobremanera. El segundo, tenía un rictus burlesco, como si fuera más un cachorro que un tigre adulto.
_Ejem... yo..._ ¿como podía conversar con dos animales peligrosos, que se reían de un libro de historia y sabia solo Dios como se habían metido en su casa?
_Escuchen... quería comentarles, queridos inquilinos, que se metieron a la fuerza a mi casa, que no me dejan otra opción de buscarles un nombre, lo cual me parece de lo más razonable ya que al parecer no tienen intención de irse pronto.
Señalo con el dedo la página que tenia marcada y siguió hablando, cada vez más énfasis:
_ Les he buscado nombres, ya que no puedo convivir con dos completos extraños salvajes que no sé si me quieren almorzar o si solo querían leer un poco porque del lugar de donde vienen no existen los libros._ trago saliva_ ¡Como sea! He aquí sus nombres._ Señalo al tigre malhumorado_ Tu nombre es Richard y..._ señalo al tigre alegre_ tu nombre es Horacio.
Al recién nombrado Horacio pareció gustarle la idea de llamarse así por lo que se bajo de la silla, se dirigió hacia Petra y refregó el morro contra la pierna de ella, para gran susto de la joven.
Richard solo lanzo un molesto bufido como respuesta y volvió a la lectura.
_ Por favor, no malas palabras en la mesa.

PETRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora