El Cielo estaba reunido en la gran plaza. Petra estaba nerviosa. Imagino que Richard y Horacio habían corrido la voz, pero lo que nunca imagino es que todos iban a asistir. Pudo ver entre la muchedumbre a varias ancianas, todas ellas habían sido amigas de la señora Madison. Todas ellas llevaban en sus cabezas grandes pañuelos negros para dar a conocer su luto. Petra misma iba vestida de negro. Y a la altura de su corazón había prendido un pequeño pajarito naranja y turquesa, un regalo que su vecina le había dejado junto con la carta, la cual estaba ahora en sus manos.
Petra acaricio sus manos y tranquilizo su corazón. Alzo la cabeza, decidida y hablo a la multitud. Era consciente de que entre ellos se encontraban hombres del ejército Azul. Ella quería que ellos también escucharan. Para llevar la voz a su rey. Leyó la carta de la señora Madison, viendo como sus amigas se golpeaban el pecho y alzaban sus rostros bañados en lágrimas hacia la noche. Hablo de Daniel. No lo conocía mucho, pero sabía que el nieto de la anciana había tenido amor y devoción por su abuela. Hablo de los hijos de padres entristecidos, de madres llorosas que sentían que perdían a sus pequeños. Hablo durante largo rato a las personas que habían caído en un pesado silencio. Hablo sobre la música, aquella que debían seguir para salvarse. Al lado suyo se situó una anciana con la cabeza cubierta y hablo:
_En las palabras de la joven Petra hay mucha verdad. Mi amiga, que el Señor la tenga en su Gloria, era una soñadora. Ella solo quería el bien común, el bien de todos nosotros. En cada uno de ustedes están presentes sus actos bondadosos, que ni siquiera la Gran Guerra le arrebato, luego de la muerte de su único y amado hijo. No debemos dejar que nos arrebaten nuestra vida también. La joven Petra lo llama opresor. Y eso es lo que es, el opresor cree que puede venir y quitarnos la vida, quitarnos a nuestros hijos, quitarnos nuestra esperanza, nuestra luz, nuestra música. Oigamos todos estos clamores. Que se levante por encima de nosotros nuestros corazones, nuestra justicia. Oigamos todos nuestros corazones. Y preguntémonos: ¿a que hemos llegado? Hemos llegado a dar a nuestros hijos por la codicia y la avaricia ajena. Por solo un puñado de plata o de oro hemos dejado que nos arrebatasen nuestra vida. Oigamos y sigamos a la joven Petra.
Un clamor se levanto entre las personas. Un clamor de esperanza perdida, de tristezas y alegrías, de justicia. Un clamor de vida.
Petra volvió a tomar la voz:
_Mañana al amanecer nos juntaremos aquí, en nuestra plaza y nos dirigiremos al castillo del rey. Traigan carteles. Traigan música. Traigan sus corazones. Traigan sus penas. El opresor debe ser desterrado. Ya mucho daño ha hecho. Debemos hacer justicia. Pero justicia del corazón. No debemos matar ni dañar a nadie. Solo nuestras voces bastaran. Solo nuestra música debe ser oída por aquel que nos oprime. Mañana será un nuevo día. Mañana la historia nos recordara con alegría. Y muchos seguirán nuestros pasos de justicia y amor. Cantaremos al filo de las armas. Una revolución. Será una revolución de amor, del oprimido, de aquellos que no pueden hablar. La señora Madison será una de esas voces. Y salvaremos. Salvaremos a los nuestros y a nuestra música. Salvaremos a todo aquello en lo que hemos creído durante tanto tiempo. La justicia se hará presente.

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