Los disturbios en la gran calle seguían. Petra esquivo a madres llorosas, criaturas que las buscaban entre el tumulto de gente, padres que tan solo miraban al cielo y tenían los puños cerrados, furiosos.
El Cielo había entrado en pánico. La guerra. ¿Cómo iban a sobrevivir a ella? Tan solo tenían sus humildes empleos, carecían de ejército, tan solo existía el Ejercito Azul, pero este iba a proteger al gran monarca, dejando al atemorizado pueblo solo en manos de Dios.
La joven atravesó la masa de personas y se dirigió hacia la parada del transporte, donde todo había comenzado. No tenía mucha idea de lo que debía hacer, pero estaba decidida a actuar. Le había tomado cariño al pueblo. Y ella iba a seguir la música; a su corazón.
Se paro en frente de la gran pared de ladrillos, donde aun estaba pegado sobre ella el cartel con el estreno de una película que había estrenado hacia ya un mes. Petra permaneció allí, inamovible.
_ Porque vos lo deseaste con todas tus fuerzas. Porque vos la llamaste.
_ ¿A quién? ¿A quién llame?
_A la música de tu corazón.
Lleno sus pulmones de aire. Normalizo su acelerado corazón, que parecía que iba a saltarle por la boca, y se quedo allí, inmóvil.
La gran ciudad tallada en la piedra. El gran perdón, la misericordia, lo hermoso, lo sublime, la lealtad. Petra. Petra. Salvanos.
Cerró los ojos y se concentro. Dentro suyo. Alzo las manos y las coloco en su pecho, con las palmas abiertas.
Que es lo que dice tu corazón. Que es lo que has anhelado. Con todas tus fuerzas. Recorda. Recorda porque querías salvarlos. A ellos. Mamá y papá. Las batallas. Nunca pierde el que vuelve a estar en pie. Nunca gana el que deja que muera su música. El que deja de oírla. De palparla. De tenerla entre los dedos, como si de electricidad se tratase.
Bajo lentamente las manos y las extendió hacia la gran pared roja. Llamándolos. Llamando a su interior. Clamando. Sintiendo como una electricidad corría desde su pecho hacia todo su cuerpo. Inundándola. Colmándola. Consolándola.
Petra. Petra. Deja de lado todo aquello. Escucha la música, dentro tuyo. Nosotros hemos olvidado escucharla. Por nosotros. Petra. Escuchala por nosotros. Salvanos. Petra.
De repente abrió los ojos, dio media vuelta y echo a correr.
Corrió y corrió. Con el corazón en la garganta. Desbocado. Escuchando.
Se alejo de las personas, de los edificios, de la pequeña ciudad. Abandonando todo aquello. Sintiendo la sangre correr enloquecida por su cuerpo. La corriente era más fuerte a medida que seguía. Todo, todo. Despréndete de todo. Llego a los campos de margaritas, de girasoles, de maíz. Corrió por entre medio de ellos. Las grandes flores le abrían paso, se apartaban para dejar pasar a Petra, Petra, solo era ella. Todo, todo, alejate de todo. Estaba llegando. No sabía que había al final pero no dejaba que eso la detuviera. Escuchaba la música. Música enloquecedora en sus oídos. Abrió los brazos, en señal de contención. En señal de recibir todo. A su lado empezaron a aparecer pájaros que alzaron vuelo por sobre su carrera y la siguieron. Las aves cantaban al compas de la música de órgano, la cual se había transformado, transportándola a su niñez.
El mundo. Quiero salvar al mundo. A mi pequeño mundo. Mamá y papá.
Petra, la música, no la dejes escapar.
Corrió con todas sus fuerzas. Corrió hacia el acantilado. No se detuvo. Una voz dentro de ella decía que iba a matarse y todo acabaría allí. Pero no la escucho. Solo escuchaba la música. Ahora no era de órgano, era toda una orquesta entera. Vibrando dentro de ella. Vibrando en su piernas, pecho y brazos.
Llego al acantilado.
Y salto.
Caer, caer. Su cuerpo caía al vacio.
¿Qué deceas Petra? Es tu cumpleaños y mamá te sonríe.
Deseo el perdón. Perdóname mamá. Perdóname por haber huido. Por no ser lo que yo quería.
¿Por qué escuchaba a las personas antes que a su corazón? Mamá le había respondido esta pregunta a la edad de ocho años.Mi vida, mi niña, eso es compasión. Ves a cada persona antes que a tu corazón; tus deseos. Ves la necesidad ajena antes que la tuya misma. Veo en vos un corazón plagado de luz, de esperanza, de cariño. Te veo y me miro a mi misma a tu edad.
Lloro mientras caía. Se perdono a ella misma por tener miedo de la muerte de su madre, nunca queriéndola aceptar, no pensando en ella. No queriéndola perdonarla por haberse ido, dejándola con un completo extraño; porque en eso se había convertido su padre, siempre tan amable, tan servicial. Amando a sus dos mujeres, feliz. Y su muerte lo había despojado de todo eso.
En aquel entonces juro nunca perdonarla.
Pero ahora lo estaba haciendo. La estaba perdonando. No la había abandonado. Voy a estar velando por vos, le había dicho en el último suspiro de su vida. Perdón mamá. Lo siento mucho. Te amo.
Siguió y siguió cayendo, dejándolo todo. Perdón papá. Jamas te di la oportunidad de que vivieras tu luto. Hui. Lo lamento.
Caia. Pero ella sentía que volaba.
Tu música.
Escucha.
Está sonando.

PETRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora