La lluvia caía lentamente, abriendo surcos en el polvo de la ventana. Petra miro hacia abajo y se quedo quieta, pensativa. Allí abajo jóvenes y hombres mayores se despedían de sus esposas e hijas para ir al frente. El ambiente que se respiraba era desagradable, pesado, lleno de angustia y tristeza. La señora Madison había puesto agua para tomar té. Había estado silenciosa y su rostro ya no parecía feliz. Parecía haber envejecido mucho más desde la noticia de la guerra. Habían escuchado las noticias a la tarde. El Rey Azul había dado un comunicado. Usando palabras cuidadosas, había hablado sobre la responsabilidad de El Cielo de proteger a su monarca. La responsabilidad de ir al frente y luchar por su patria. La responsabilidad de las mujeres de dejar partir a esposos e hijos. La responsabilidad...
La señora Madison había apagado la radio de un manotazo y había lanzado una maldición al aire, agitando el puño. Se encontraba furiosa. ¿Quién era el rey para salvarse el solo y mandar a luchar a personas inexpertas al frente?
_Son tan solo niños_ había dicho y los ojos se le habían llenado de lágrimas. Daniel había abrazado a su abuela, pero la tristeza llenaba cada arruga del rostro de la señora Madison. Se había abrazado con fuerzas a Daniel, diciéndole que no la abandonara. Ella había perdido a su único hijo en la guerra. La esposa de este había desaparecido, llevándose consigo el peso de la muerte de su amado. Solo le quedaba Daniel. A Petra el corazón se le había encogido. Se había escabullido a su departamento a cambiarse de ropa y darse un baño. En su casa la esperaban Horacio y Richard. Ella los abrazo con fuerzas.
_ ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo puedo salvar a esta pobre gente? Sé que debo hacer algo... pero ¿soy lo suficientemente fuerte para lograrlo?_. Los tigres habían asentido con sus grandes cabezas. Richard había apoyado una gran pata sobre el pecho de Petra; sobre su corazón, maullando. La joven había sonreído._ Sé que debo seguir la música. Y esta llave..._ la estudio con sumo cuidado dándola vueltas entre sus largos dedos_ esta llave no parece la solución.
Ahora se encontraba frente a la ventana de su vecina mirando la lluvia y a la gente que había en la calle. Son tan solo niños. Madres llorosas se abrazaban con fuerzas a sus hijos y gritaban, locas de dolor, cuando el Ejército Azul se los arrebata de los brazos. Los jóvenes se volvían hacia sus madres y le sonreían con una expresión de terror y se despedían con perezosos saludos con las manos. Petra observaba todo aquello mientras la señora Madison le decía que el té estaba listo. Ya anochecía. Y el corazón de la joven golpeaba con fuerza dentro de su pecho.
El opresor. Eso era el Rey Azul. A él debía ir. A él debía detener. Sus locuras y su avaricia habían hecho estallar la guerra.
¡No nos detendremos! ¡Lucharemos hasta el final! Si el Rey Rojo quiere la guerra, que así sea.
_Maldito_ mascullo Petra con los dientes apretados.
Ella lo detendría. Pero no sola. Lo detendría con ayuda de El Cielo.
De repente se oyeron unos golpes en la puerta. La señora Madison dejo de hablar con su nieto y se levanto lentamente, el terror pintado en su rostro.
_No..._ Petra la oyó susurrar.
Más golpes en la puerta. Daniel se acerco a ella y la señora Madison se cruzo delante de él, agarrándole el brazo con desesperación y fuerza.
_Daniel...
_Abuela_ la voz de Daniel se quebró por unos momentos_. Abuela... dedo ir. No hay opción.
_No... Por favor Daniel... no soportaría otra perdida..._Daniel se dirigió hacia la puerta_ ¡No!
Ahora aporreaban la puerta. Daniel abrió y entraron dos hombres de uniforme azul, pomposo y ridículo. Miraron al muchacho y luego a la anciana, quien seguía sujeta del brazo de este. Petra se les acerco también.
_ ¿Daniel Madison?_ dijo uno de los hombres. Era más alto y corpulento que su acompañante. Parecía ser el que estaba al mando en aquella situación.
_ Sí, señor.
_Siganos, por favor.
La señora Madison se atravesó entre medio de los hombres y Daniel.
_ ¡No se lo pueden llevar! ¡Es tan solo un niño! Es tan joven..._ los gritos de la abuela de Daniel se quebraron en un sollozo. Los hombres la apartaron con fuerza y esta vez Daniel se interpuso entre medio de ellos.
_ ¡No la toquen! _ empujo al más corpulento. En la cara del sujeto se formo una expresión de sorpresa y luego de cólera. Agarro con fuerzas al muchacho por los hombros y lo aparto. Daniel se defendió volviéndolo a empujar, pero esta vez el hombre se aparto y lanzo un puñetazo hacia él. El nieto de la señora Madison callo el suelo de espaldas, con sangre en los labios y nariz.
_ ¡No, no, no, no, no!_ la anciana gritaba mientras forcejeaba con el otro hombre. El corpulento volvió a tomar por las solapas de la ropa a Daniel y volvió a lanzar un puñetazo a la cara del joven. Petra se adelanto y trato de empujarlo, pero solo logro ser enviada hacia la pared de un empellón. Su espalda se quejo del golpe y ella tomo impulso con los brazos y volvió al ataque. Se acerco al hombre que sostenía a Daniel, el cual continuaba forcejeando y jadeando con la cara manchada en sangre, y lo tomo por el cuello, hincándole los dientes en el. El oficial lanzo un grito y soltó al joven, volviéndose hacia Petra, enfurecido. En ese momento interrumpieron el la habitación los dos tigres, Horacio y Richard, rugiendo y echándose encima de los oficiales.
Estos gritaron espantados y se cubrieron el rostro con los brazos. La señora Madison logro levantar a su nieto del suelo y abrazarlo con fuerzas.
Petra trato de sacarles los tigres de encima a los oficiales, quienes seguían gritando, aterrorizados.
_ ¡Richard, Horacio, no!_ los dos tigres se volvieron hacia Petra y sacaron sus zarpas de encima de los dos hombres, alejándose hacia un rincón de la habitación.
Los oficiales se levantaron, jadeando y chorreando sangre por donde los tigres los habían lastimado. Grandes jirones de tela ensangrentada se desprendían de los uniformes.
_ ¡En nombre... en nombre del Rey Azul, quedas arrestado!_ jadeo el hombre más pequeño. Su compañero se arrojo sobre Daniel, lo levanto en vilo y desaparecieron rápidamente por la puerta de calle.
La señora Madison se puso a llorar y a gritar desconsoladamente. Sus mejillas estaban encendidas de furia y su pecho bajaba y subía a tal velocidad que Petra temía que la anciana tuviera un ataque allí mismo.
_ No se preocupe, por favor_ trato de consolarla_ Vamos a salvarlo.
_ ¿¡Como?! ¡Ya se lo han llevado! ¡Ay, Daniel, mí querido niño! ¡Ay, mi corazón! ¿Cómo podre soportarlo? ¡Lo mataran! _ La anciana se agarraba la cabeza con fuerzas y gritaba, haciéndose un ovillo en el suelo. Petra la abrazo y la acuno, como si se tratara de un bebé._ No podre soportarlo, Petra. No otra vez. Mi niño, mi niño. Ay, Señor mío, ¿Por qué?
_No se preocupe. Lo salvaremos. No se preocupe. Yo sé cómo. Shhh... Descanse un poco. Por la mañana todo será mejor, ya verá_ Petra siguió meciéndola en sus brazos, tratando de acallar a su furioso corazón.

PETRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora