Una copa de cristal dragosiano se estrelló contra el suelo de piedra haciéndose añicos. El eco reverberó en las entrañas de la fortaleza de piedra y Elliot pudo escucharlo por encima del rugido del mar. Se detuvo, estático en su danza de esgrima, y se volvió hacia el castillo. Su piedra oscura, húmeda y cubierta de musgo era una pobre imitación de las grandes posesiones de los duques de Svetlïa. Cuando desembarcaron hacía ya un par de semanas, no lo impresionó en absoluto y a medida que pasaban los días, el islote en que se encontraban se le antojó diminuto y abarrotado.
Había tardado poco en explorarlo y en memorizar los entresijos de la fortaleza de la capitana Smirnova Hurwood. Tras tantas semanas en alta mar, ¿quién iba a decirle que echaría de menos el bamboleo de la fragata?
Sacudió la cabeza y continuó su entrenamiento. El filo de Radomis silbaba al cortar el aire y sus habilidades sobrenaturales le otorgaban gran precisión y fuerza a sus estocadas. Sus pies apenas hacían ruido contra la tierra y sus músculos ni siquiera sentían un atisbo de cansancio. Todo ello le resultaba antinatural, monstruoso. ¿Cómo podía no cansarse si llevaba horas realizando un movimiento tras otro, exigiéndole a su cuerpo más y más?
No debería existir.
Realizó una finta, estiró el brazo brindándole mayor alcance a su espada, y giró con todo el cuerpo. Sin embargo, antes de completar la circunferencia, sus músculos se detuvieron en seco como si se hubieran convertido en piedra.
Elliot gruñó y siguió el filo de Radomis con la mirada. Había quedado suspendido en el aire a tan solo unos milímetros de su cuello esbelto y níveo. Pudo oír el latido de su corazón un instante antes de que su aroma lo embriagara.
Siseó y fijó sus ojos verdes en la mirada oscura de Gabriela. Como siempre que lo observaba, sus labios rojos sonreían con superioridad. Ni siquiera se inmutó cuando Radomis besó su piel. Aunque no lo pareciera, Elliot estaba usando toda su fuerza para mover el filo un poco más y decapitarla como tantas veces había soñado. Pero, de pronto, su espada parecía tener el peso del mundo.
Era tan frustrante.
Se rindió y envainó. Caminó hasta el árbol donde había colgado su camisa y se apresuró a ponérsela. No le preocupaba el frío o enfermar, no ahora que era un vampiro, pero encontrarse semidesnudo frente a ella le traía recuerdos indeseados. Cosas como sus manos acariciando y arañando su piel, apoderándose de cada centímetro de su ser; o el calor entre sus cuerpos, el placer... y la repulsión.
El ruido de otro objeto haciéndose pedazos rompió el silencio entre ellos. Elliot dirigió la vista hacia la fortaleza; cualquier excusa era bienvenida para no contemplarla.
—¿Ha vuelto a fracasar?
—Está siendo más complicado de lo que esperaba —contestó ella mientras se mesaba los mechones oscuros de su melena—. Mathilde quiere que le lleves a la loba.
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La locura de la bestia [el canto de la calavera 2]
Fantasy¡PUBLICACIÓN EN NOVIEMBRE! Todas las familias tienen secretos. Pero los Uguarum cometieron pecados atroces que jamás deben ser revelados. Y Wendy se ha propuesto desenterrarlos. ...